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Diario de las artes

Jocosa y cáustica iconografía

  • AGUSTÍN ISRAEL DE LA BARRERAMagase Art Gallery. SEVILLA

Una de las obras de Agustín Israel de la Barrera.

Una de las obras de Agustín Israel de la Barrera.

LA figura artística de Agustín Israel de la Barrera es conocida, admirada y respetada. En torno a ella se dan muchas circunstancias para que así sea. Es Doctor en Arte por la Universidad de Sevilla, título que obtuvo con una tesis que es, ya, un trabajo de culto entre los estudiosos: la cartelería sevillana contemporánea – el título de la misma era: “La imagen de Sevilla y sus fiestas: creadores contemporáneos”. Búsquenla y disfruten de ella; les abrirá muchos horizontes, ahora, que tanto equivocado se cree ser el inventor de los carteles y tantos sabedores pontifican su patético desconocimiento de la materia.

Fue una tesis que, entre otras muchas cosas, sirvió para conocer, de verdad, las manifestaciones de una imagen sevillana llena de tópicos a sus espaldas y que, a través del estudio de Agustín Israel se descubrió una realidad distinta, apasionante y fortalecida por obras – muchas desconocidas – por el propio sentir pacato de la ciudad. De tanto bucear por la iconografía anunciadora de las fiestas, así como por su doble entidad de investigador nato y de artista en ejercicio, su pintura, sus diseños, sus objetos… están impregnados de mucho de lo que su trabajo le hizo descubrir, además de la propia entidad como creador. De esta manera, creó un icono que es eje fundamental de su realidad artística: el capirote; símbolo indiscutible de una de las manifestaciones más importantes de ese sevillano, cofrade ejerciente.

En esa historia de capirotes y capiroteros Agustín Israel ha creado un arte transgresor, respetado, festivo, irónico y lleno de la más absoluta entidad artística. El pintor ha envuelto esa cosa mínima que es el capirote y la ha llenado de fina creatividad, magnificando felizmente una realidad que goza, absolutamente, de un argumento icónico para un lenguaje que abre las perspectivas de una pintura que no se queda, ni mucho menos, sólo en la ilustración sutil del objeto representado y de sus festivos desarrollos.

Exposición del pintor de Morón en la galería sevillana de la calle Cardenal Spínola. Exposición del pintor de Morón en la galería sevillana de la calle Cardenal Spínola.

Exposición del pintor de Morón en la galería sevillana de la calle Cardenal Spínola.

Porque la obra de Agustín Israel es la crítica festiva de una sociedad; es el toque de atención que alerta de muchas cosas: de la linealidad excesiva del arte, del conservadurismo en una plástica igualatoria, del cuestionamiento del propio arte, del limitado y más que justito deambular creativo de muchos a los que se han elevado, por nada, a las alturas; incluso, del propio ejercicio procesual. Y todo, desde la puntiaguda línea - ¿siniestra? – de un objeto que, para muchos de nosotros, es elemento conformador de una parte importante de nuestra entidad vital y ciudadana.

Agustín Israel se sirve del capirote y de su particular función para crear un nuevo desarrollo iconográfico pero, también, para cuestionar la propia existencia del mismo: Con el capirote crea una especie de metalenguaje; una realidad que, como mínimo, hará sacudir los cimientos del arte y su función; además, cuestionará de forma festiva, jocosa y cáustica los sentimientos de una parte importante de la sociedad sevillana primero y de muchos otros sitios, después.

El universo Agustín Israel se ve a través de los ojos del antifaz; su argumentario social y artístico queda suspendido detrás de un capirote. El capirote de Agustín Israel es modo y actuación; es elemento iconográfico y aplastante realidad social; es filosofía íntima e ideario doméstico.

La exposición de la sevillana calle Cardenal Spínola recoge la felicísima realidad creativa del pintor de Morón. Con sus capirotes otorga una nueva visión a la Historia del Arte y a sus obras emblemáticas. Los grandes del arte de todos los tiempos y sus eternas realizaciones sucumben por unos días al fino perfil de un artista que, de tanto querer al propio arte, le concede una nueva identidad. No me cabe la menor duda de que con Agustín Israel el propio arte es más y mejor arte.

Estamos, pues, ante una exposición diferente, de un artista diferente; un creador grande y lúcido que rompe la seriedad de lo artístico y nos hace creer mucho más – infinitamente más – en su imperecedera entidad.

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