Mortero Bastardo

El efecto Guggenheim

ESTE año el premio príncipe de Asturias de las Artes ha recaído en Frank O. Gehry, arquitecto del Museo Guggenheim de Bilbao. En una rueda de prensa reciente, cuando un periodista  trató de etiquetar su arquitectura como “arquitectura del espectáculo”, éste respondió con más espectáculo: una peineta. No parece estar de acuerdo en que se le clasificase como arquitecto estrella. 

Convendría recordarle al arquitecto canadiense que no solo su arquitectura forma parte del  espectáculo, sino que él la diseña para que así sea. La forma de sus edificios responde a una voluntad de ser radicalmente distinto para posicionarse en el mercado de la arquitectura internacional: la extravagancia curvilínea como firma de autor. Podemos considerar que la llamada “arquitectura espectáculo” de finales de S.XX y principios del XXI tiene su inicio en el museo Guggenheim, un edificio icónico capaz de situar a Bilbao en el mapa.

En los años de la burbuja abundó un tipo de intervención urbana cuya característica principal era construir un edificio espectacular, a ser posible firmado por un arquitecto estrella, que tendría la capacidad de regenerar por su propio esplendor todo un pedazo de una ciudad degradada. A este fenómeno se le llamó “efecto Guggenheim” al ser este edificio el primero que, aparentemente, lo produjo.

Pero esta forma de contar lo que se logró con el Guggenheim (según la cual un edificio consigue generar ingresos, turismo y reconvertir el tejido productivo de una ciudad) ignora una parte importante de lo que pasó en Bilbao: la apuesta previa de distintos agentes públicos y privados en un proyecto estratégico para tener una ciudad mejor. En Bilbao, tras la desindustrialización de finales de los 80, diversas administraciones e instituciones privadas trabajaron coordinada e intensamente para ordenar y limpiar la zona industrial de la Ría (contaminada, obsoleta, pero central) atrayendo usos culturales y terciarios. En definitiva creando espacios urbanos hermosos y acogedores y consiguiendo que una ciudad que vivía de espaldas a la Ría, se volcase a ella como un nuevo corazón urbano.

El análisis erróneo de lo que pasó en Bilbao, que confiere al edificio estrella todo el mérito, ha llevado a tener una colección de edificios de autor (muchas veces carísimos) repartidos por distintos puntos de nuestra geografía sin que se haya producido la reactivación urbana y la riqueza económica que el Guggenheim proporcionó. En la arquitectura, como en el cine, unos buenos efectos especiales sin un guión sólido no hacen una buena película, sólo generan espectáculo. 

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