LA CRÍTICA cine

Y sin embargo…

  • Sabina deja un sabor agridulce en Jerez

  • La rápida retirada dejó perplejos a unos aficionados que esperaban algo más del ubetense

Llegó, cantó y se fue. 90 minutos más el descanso estuvieron Joaquín Sabina y los suyos en el Municipal de Chapín. Sin apenas crear peligro; sin profundidad en las bandas ni toque en el centro del campo. Juego encorsetado que acabó pasando factura, dejando una sensación agridulce a los aficionados. El equipo salió al empate y, como saben bien los que gustan de un buen balompié, el que así lo hace acaba perdiendo.

Este podría haber sido el resumen del concierto que ofreció ayer el poeta ubetense si hubiera sido fútbol. No obstante, fue música: Sabina lo negó todo y no dejó ni siquiera una posdata.

Y es que el encuentro prometía tanto que el estadio jerezano se había vestido de gala. Chapín hacía mucho tiempo que no congregaba a tantas personas a su alrededor a falta de más de una hora para el comienzo del espectáculo.

Una vez dentro, fácil era comprobar que nada iba a ser lo habitual: no rodaría el balón, sino que sonaría música desde un escenario que daba la espalda al hotel, ensanchando demasiado las distancias y dejando en evidencia la multitud de huecos libres por entradas sin vender en la pista de atletismo, el Gol Norte y Preferencia.

Llegados aquí, en un terreno tan amplio, el equipo debería salir con un ritmo trepidante para que el espectáculo no decayera ni un segundo. El salto de los protagonistas al escenario fue aplaudido. El público estaba con los suyos, dispuesto a darlo todo. El capitán del conjunto citado en Jerez vestía su indumentaria habitual, utilizando como brazalete el bombín sobre su cabeza. Todo presto.

Al menos, no se puede decir que no lo avisó. A 'porta gayola', Sabina dijo que estrenaría canciones, que Jerez era el mejor lugar para hacerlo en septiembre y que pasara lo que tuviera que pasar.

Al principio todo parecía rodar, porque los equipos grandes pueden permitirse ir por debajo en el marcador y esperar el paso del tiempo para marcar los goles, pero al final esto les acabó pasando factura. Eso sí, el espectáculo musical fue enorme. Todos hacían las coberturas necesarias para que el líder intentara encender un estadio siempre frío, si no metes más de 20.000 personas en él.

El paso de los minutos y las nuevas canciones parecían hacer arrancar a los presentes, pero era imposible: solo 'Lo Niego Todo' había logrado poner la llama a punto. Poco a poco, la nostalgia, esa que el poeta ubetense dice no tener, comenzó a hacer mella en los asistentes. Jaime Asua fue quien eligió la vida del pirata para llevarse parte del protagonismo con él y dar descanso a un Sabina al que se veía muy mermado en la primera media hora. Los focos se alejaban así de la estrella del equipo, que repartía minutos entre los suyos.

Así que fue Mara Barros la que tomó las riendas de un espectáculo musical que sorprendía a los presentes. La sensualidad que derrochó la onubense en el feudo jerezano estaba apoyada por la gran realización de los técnicos de sonido e imagen, que a través de las pantallas gigantes permitían sentir un poco al menos un escenario demasiado separado de la gente.

Barros hizo las delicias del público al cantar junto a Sabina 'Una canción para La Magdalena'. La sensualidad del momento era digna de un lanzamiento directo a la escuadra. En realidad, la sensación la provocaban las pantallas gigantes colocadas junto al escenario. La realización, la canción del de Úbeda y la voz de la onubense hacían recobrar el ánimo a los espectadores.

Con los clásicos todo parece ser más fácil. Así que por el 'Boulevard de los sueños rotos' se llegó a la coplilla de 'Y sin embargo'. Lo que tiene estar ante un genio es que en cualquier momento saca el capote y hace una media verónica para llevarse al público al bolsillo. Y Sabina lo hizo a la perfección, porque cuando Barros le preguntó si le quería, él sorprendió a propios y extraños, respondiendo: "Des-pa-cito".

Risas, ovación y público en pie. Era el momento de la remontada. Pero el reloj ya corría en contra. Una pena, porque todo parecía encarrilarse. No iba a ser esto tan fácil de olvidar; quizás con 19 días y 500 noches.

Pero entonces todo se truncó. Un receso para entrar en vestuarios fue aprovechado por el público para sacar las palmas. Había hasta bufandas rojiblancas en el Gol Norte, lo que auguraba un buen final.

La vuelta llegó con el equipo tirando de las riendas para dar un último descanso a Joaquín Sabina. Cuando volvió el ubetense ya se sabía que no todas las noches son de bodas ni todas las lunas de miel. "Ojalá que volvamos a vernos", cantó Sabina en un aviso de lo que venía.

Entonces, el cronómetro dejó de contar segundos demasiado rápido. No había terminado 'Contigo' cuando Sabina pronunció un "hasta siempre, Jerez". Veloz saludo y despedida que dejaba con la miel en los labios a los que pedían otra. No la habría. A pesar de la cara de decepción de los que se miraban extrañados por lo raudo del encuentro y la salida del público de Chapín. Hubo quien tardó en reaccionar incluso, buscando una mirada que le dijera aquello de "ahora sale otra vez".

Pero no. Todas las historias no tienen final feliz y los amores que nunca mueren son los que matan. Así lo ha recitado siempre Joaquín Sabina, un genio de la música que ha entrado en su ocaso. Ahora, el único remedio será utilizar sus "maravillosas mentiras para corregir la realidad. O lo que es lo mismo: sus canciones. Porque si una frase tuviera que resumir el concierto del pasado viernes sería: "Y sin embargo...".

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