El poeta, el hombre, el personaje

Cajasol conmemora el cincuentenario de la muerte de Cernuda con un libro colectivo obra de, entre otros, Ismael Yebra, Rivero Taravillo, Jacobo Cortines, Juan Lamillar y Rogelio Reyes Cano

Fotografía hasta ahora inédita de Cernuda e incluida en el libro, tomada a principios de los años 50 en Ciudad de México por Tomás Montero Torres. Abajo, un instante del acto de presentación del volumen en la Fundación Cajasol.
Francisco Camero Sevilla

28 de diciembre 2013 - 05:00

Cuando leyó por fin Ocnos, después de buscar el libro denodadamente en los años 70, Ismael Yebra tuvo la sensación de "haber llegado a un destino". Fue el comienzo, admite este médico, escritor y académico de Buenas Letras, de su admiración, "tal vez exagerada", por el poeta sevillano, uno de los más destacados no sólo de la Generación del 27 sino de la lírica española del siglo XX. En torno a su figura y a su más que influyente obra, aún en el año en el que se conmemora el cincuentenario de su muerte en Ciudad de México, el libro colectivo A Luis Cernuda. Desde Sevilla, 1963-2013, coordinado por Yebra, reúne a algunas de las voces más autorizadas en el estudio del legado del escritor para ofrecer diferentes puntos de vista sobre diversos aspectos tanto literarios como personales del autor de Donde habite el olvido, Las nubes o Desolación de la quimera.

El volumen, editado por la Fundación Cajasol en colaboración con Páginas del Sur y con una cubierta -una litografía- de la pintora y escultora Carmen Laffón, recoge varios documentos hasta este momento inéditos, entre ellos material gráfico (un par de retratos del escritor en su etapa mexicana, tomados por el fotógrafo Tomás Montero Torres y cedidos para esta publicación por la nieta de éste, o su partida de nacimiento, junto con algunas estampas de su casa natal en la calle Acetres), y propuestas para contemplar a Cernuda desde perspectivas no muy frecuentes, como su interés por el trabajo de los hermanos Álvarez Quintero: por chocante o contradictorio que pueda parecer, el poeta disfrutó sin el menor complejo de las obras teatrales de los populares dramaturgos de Utrera, sobre los que escribió algunas páginas -como él mismo especificó- a modo de "desagravio a ellos y tributo de simpatía"; sobre ellos versaba el texto inacabado que se encontraba en su máquina de escribir cuando lo sorprendió la muerte en su dormitorio de la casa de su amiga la poeta Concha Méndez en la capital mexicana.

Sobre esto último -esta reivindicación que puede parecer sorprendente, pero que Cernuda, preciso y lúcido como siempre, supo explicar tan bien en sus escritos- trata el texto que aporta al libro el catedrático Rogelio Reyes Cano. Yebra, el psiquiatra, catedrático y escritor Jaime Rodríguez Sacristán, el periodista y escritor Francisco Robles, el poeta y profesor Jacobo Cortines, el poeta, traductor y celebrado biógrafo de Cernuda Antonio Rivero Taravillo y el poeta Juan Lamillar le hacen compañía en las casi 200 páginas de este volumen profusamente ilustrado y que está concebido, dice su coordinador, "desde la admiración" por el poeta. "Después de tantos años leyendo a Cernuda, después de tanto indagar en su vida y en su obra, que a través de su obra es como se conoce realmente a un autor, he llegado a una conclusión: Luis Cernuda fue, ante todo, un gran actor que interpretó magníficamente a un personaje que se llamaba Luis Cernuda. Y además de un buen actor, Cernuda fue un gran cernudiano", dice Yebra, que firma el prólogo de la obra y su primer capítulo, el dedicado a su niñez en Sevilla, la ciudad con la que mantuvo durante toda su vida una complejísima relación, la que lo convirtió -como escribió en uno de sus prodigiosos poemas- en un ser "capaz del rencor, pero no del olvido".

Rodríguez Sacristán es el autor del siguiente texto, donde explora la difícil personalidad del poeta, que acarreó una fama de misántropo y malhumorado, y que siempre experimentó, con fecuencia con angustioso vértigo, un terrible sentimiento de vacío. Sobre las bellísimas páginas de Ocnos, enmarcadas dentro de otras recreaciones de las calles y del espíritu de una Sevilla habitualmente idealizada -desde Al-Mutamid a José María Izquierdo, desde Joaquín Romero Murube a Manuel Chaves Nogales-, versa el capítulo que firma Francisco Robles; al cual le sigue el citado de Reyes Cano sobre el teatro de los Álvarez Quintero, hacia cuyas obras Cernuda primero sintió un gran desafecto y más tarde llegó a calificar como "deliciosas y perfectas en su género".

En Cernuda como faro. Cronología de un magisterio, Jacobo Cortines deja constancia de su experiencia como lector de una voz, confiesa, que lo ha guiado no pocas veces "entre las nieblas del quehacer poético" desde que supo de su existencia por primera vez, que fue precisamente cuando el autor murió en su casa de Coyoacán en el Distrito Federal mexicano. Autor de una estupenda biografía de Cernuda (cuya primera parte, Luis Cernuda. Años españoles (1902-1938), ganó en 2008 el Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias), Rivero Taravillo rememora en su capítulo las vicisitudes de aquel proyecto, así como su descubrimiento de juventud de un poeta que con el paso del tiempo se convertiría en crucial para él. El cierre del volumen corre a cargo de Juan Lamillar, que propone una cartografía de la inmensa huella que dejó Cernuda en otros creadores, desde aquel primer homenaje público y expreso que le brindaron en 1955 los reunidos en torno al Grupo Cántico.

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