El caserío del centro histórico posee recovecos inadvertidos en forma de viviendas con un envoltorio poco monumental que encierran interiores sorprendentes. En la angosta calle Chancillería, sin apenas espacio para el lucimiento externo, observamos una fachada de poca extensión y carente de simetría. Lo único que destaca, su portada. El enmarque moldurado adquiere una somera configuración barroca en el juego cóncavo-convexo y en su decoración vegetal en relieve. La gran cercanía de su diseño a la de la casa de Tornería nº 5, levantada hacia 1772, nos aporta una cronología aproximada para esta zona.

Con todo, el edificio dista de ser uniforme, como vemos al cruzar el dintel de la puerta y toparnos, frente a la entrada, con un muro horadado por dos portadas gemelas que crean una bella vista en perspectiva hacia el patio principal. Sus frontones rectos y su sobriedad han hecho suponer que se trata de una aportación neoclásica, de finales del XVIII. Desgraciadamente, nada se sabe documentalmente de la evolución de la que se cree vieja morada de la familia Mendoza, apellido que da nombre a la calle que discurre paralela a su frondoso jardín lateral. El referido patio principal, del que tampoco se tienen datos, corresponde con la parte más primitiva y de mayor interés arquitectónico. Impresiona por sus grandes dimensiones y sus dos altas arquerías tardogóticas, que han sido relacionadas por Romero Bejarano con las de otros patios jerezanos de las primeras décadas del Quinientos, como el del palacio Ponce de León. Aquí, sin embargo, pilares de tradición medieval remplazan a las columnas renacentistas de mármol para soportar a unos característicos arcos peraltados.

Disipados los lujos pasados, esta casa mantiene su dignidad tras una aceptable rehabilitación. Pero sigue ocultando aún capítulos relevantes de su atrayente historia.

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