Quien diga que nuestro país no ha sufrido una profunda transformación social en los últimos 30 años es que necesita gafas o le urge dar un repaso a la hemeroteca. Un ejemplo: recordamos estos días los 25 años de la liberación de Ortega Lara y el secuestro y ejecución de Miguel Ángel Blanco a manos de ETA. Nuestros jóvenes, expertos en represión franquista, memoria histórica y guerracivilismo, ignoran la reciente historia de ETA, que era herribatasuna y que ahora es Bildu. Aquella que mataba militares, policías y guardia civil, periodistas, políticos- del PP y PSOE-o niños en una casa cuartel o centro comercial y ahora da lecciones desde el hemiciclo; aquella a la que el nacionalismo "moderado" blanqueaba, la que terminó por abandonar las armas sin renunciar a sus objetivos y la que aun hoy se puede ver como pueblo enfermo en lugares como Alsasua.

Estos son ahora los mejores amigos de un socialismo irreconocible que promueve una ley que impone por decreto un relato falso, una vil coartada para la desmemoria. Si hace 25 años a cualquiera de los que se manifestaban ante la barbarie del asesinato del concejal de Ermua le piden predecir cómo sería la España de casi tres décadas después, pocos hubieran apostado por este espectáculo siniestro. Gente como Mayor Oreja lo advirtió entonces y se le tildó de loco ultraconservador. A ojos de no pocos, María San Gil, Ortega Lara o Mayor son peligrosos cavernícolas y los que hace un cuarto de hora te descerrajaban un tiro en la nuca, compañeros de viaje de la mayoría de progreso.

Nadie puede aventurar cómo será España en 2050, no me atrevo siquiera a imaginarlo; pero sigue mereciendo la pena pelear por un país donde Sumar no sea retroceder, repudiar el relato oficial no signifique ser tachado de extremista o tengas que elegir entre seguir a la tribu o la muerte civil.

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