Análisis

Francisco Sambruno Ramírez

Don Ruperto Pozuelo Sánchez. Salesiano de Don Bosco

13 de marzo 2017 - 02:08

El pasado 26 de febrero de 2017, falleció el benemérito miembro de la Sociedad de San Francisco de Sales Ruperto Pozuelo Sánchez, Don Ruperto. En el momento de su vuelta a la Casa del Padre, contaba con 95 años de edad y 77 de profesión religiosa, de los cuales, dedicó 46 años a las juventudes profesionales en el Centro Salesiano 'Manuel Lora Tamayo'. Hijo Adoptivo de Jerez de la Frontera, recibió la Medalla de Oro al Mérito del Trabajo, otorgada por el Gobierno de España.

Don Ruperto procedía de familia humilde y trabajadora. Su madre, doña Agustina, fue mujer sencilla de su casa, trabajadora incansable. Llevaba también a gala ser hijo de Rafael, oficial picador de 'Minas del Soldado' en Alcaracejo, del cordobés Valle de los Pedroches, y en las de Monterrubio de La Serena, provincia de Badajoz; referente para él, por bueno, activo, responsable, trabajador, dinámico, puntual, justo y recto. Cualidades que heredó el joven Rupertito, de las que hizo gala durante toda su vida. Su padre hacía muebles para su hogar, zapatos para sus hijos y todavía le sobraba tiempo para trabajar en un pequeño huerto. Murió pronto, asumiendo el papel de padre, Agustín, su hermano mayor, siempre muy pendiente de él. Nuestro querido Salesiano era hermano de cuatro hombres y dos mujeres.

Salesiano de Don Bosco por la Gracia de Dios y del Espíritu Santo, vivió feliz su niñez y juventud, a pesar de mucha pobreza y necesidad. Vistió prendas prestadas durante largo tiempo. Siempre se conformó con muy poco. Su hermano mayor le ocupaba durante las vacaciones escolares. De ese modo, ejerció a edad temprana como carpintero, zapatero y camarero en un bar. Durante su incursión en el mundo de la hostelería, año 34, conoció un muchacho del Viso de Los Pedroches que, camino del Noviciado, le animó a visitar la Casa salesiana de Pozoblanco. Consultado su hermano mayor, éste le advirtió lo complicado de los tiempos que corrían, adversos a La Iglesia, en los que la quema de conventos y fusilamientos de consagrados estaban a la orden del día. A pesar de la advertencia, el joven Ruperto llamó a la puerta de los Salesianos, siendo recibido por Don Antonio Domuiño. Al poco tiempo se escapó "porque me sentía solo y quería ver a mamá". No tardó en volver, tras la regañina de su hermano, para quedarse por siempre con Don Bosco.

Cursó el Noviciado en Sevilla, donde profesó el 16 de agosto de 1940. La Casa agrícola de Antequera fue su siguiente destino, allí dio clases a hijos de campesinos y labriegos, gente buena y sencilla. Conoció la guerra civil y guerra mundial; cumplió a partir de 1942, tres años y medio de servicio militar en Montilla, en cuya primera etapa sufrió mucho, por él y por sus compañeros consagrados. Gracias a la mediación del Vicario General, amigo del General al mando, prestó servicio en archivos de parroquia y catedral. También asistía en Misa diaria como servidor del Presbítero y rezaba en el púlpito, animando rosarios, novenas, triduos, quinarios, etcétera.

A su vuelta a casa, encontró a su madre, como el resto de señoras del pueblo, pidiendo comida a los militares, pasando verdadera necesidad; estampa que no llegó a borrar de su memoria. Tras servir a la Patria, la obediencia le llevó a Morón donde ejerció como docente. Luego llegó a la Casa de Cádiz, donde estuvo al cargo de aspirantes coadjutores, durante veinte años. De la Casa de Aspirantado pasó a la Universidad Laboral de la Tacita de Plata, donde afloró su afición por la mecánica, "porque lo llevo en la sangre, como mi padre y hermanos", afirmaba. Descubrió definitivamente su preferencia por aceros y metales.

No paraba un momento. Los domingos, cuando algunos de sus compañeros acudían al cine o al fútbol, él prefería quedarse asistiendo a los chiquillos. Era su día preferido para tomar fotos, en el Oratorio. Hacía composiciones de distintas facturas. Los peritos les pedían fotos junto a sus novias. Aquellos jóvenes se sentían queridos por él y él por sus alumnos. Todos ellos y sus profesores eran muy buenas personas, a las que siempre quiso de corazón. Don Antonio Hidalgo de los Santos, a la sazón, Titular de la Inspectoría 'María Auxiliadora' de Sevilla, destinó a nuestro querido Don Ruperto a la Casa de Jerez. El salesiano don Juan Bosco Ramos Cervera trasladó a nuestro protagonista, a la Capital del Vino. Desde aquella jornada hasta nuestros días, han transcurrido cuarenta y seis años al servicio en Jerez, de las juventudes profesionales.

Siempre aseguró que Don Bosco es incomparable. En algún sitio llegó a leer que Juan Bosco pedía a Dios le dispensara de comer y dormir para tener más tiempo de dedicación a sus muchachos, para trabajar y extender su Reino. Sin duda, Don Ruperto hizo lo mismo. En su opinión, Don Bosco era un hombre activo, humano, un santo con mayúsculas. Nos refirió en cierta ocasión: "imagina la valía de Don Bosco…, casi con setenta años, tres antes de su vuelta al Padre, el Papa le pidió que levantara un Templo al Sagrado Corazón de Jesús en Roma. ¿Cabe mayor reconocimiento de las habilidades y santidad de nuestro amado Padre? Que un Papa encargase tamaña Empresa a un cura de esa edad, fundador de una Congregación nueva, hoy centenaria, es algo que siempre me ha llamado la atención." A su juicio, la mejor biografía de Don Bosco es la escrita por el novelista argentino Gustavo Hugo Wast, dos tomos titulados "Don Bosco y su tiempo", en los que podemos encontrar, entre otros, una deliciosa descripción de la figura del coadjutor salesiano.

Sin Don Ruperto Pozuelo Sánchez será imposible entender la historia del Centro Salesiano "Manuel Lora Tamayo". Para quienes tuvimos la inmensa suerte de compartir vivencias con él, sabemos que siempre estará con nosotros. Cada vez que abran las puertas los talleres que se llevan su nombre, sabremos que nos recibirá el espíritu de quien siempre será su "Jefe de Taller Perpetuo". Presentimos que en cualquier momento aparecerá por algún rincón de talleres, patio o santuario. Sabedor de su futuro más inmediato, no solo se despidió de sus hermanos, sino que insertó en sus últimos calendarios murales repartidos, a modo de despedida, aquel recordatorio que editamos con ocasión de sus Bodas de Diamante de profesión salesiana. Numerosas virtudes adornaron su persona. Dicen que de los difuntos se habla mucho y bien. De Don Ruperto no solo siempre hablamos bien, sino que destacamos su bondad, disponibilidad, buen humor y santidad. A menudo repetía: "Quien no vive para servir, no sirve para vivir." Cada vez que nos encontramos con alguno de sus miles de antiguos alumnos en cualquier lugar, salta la pregunta: Y Don Ruperto, ¿qué tal sigue?, ¿cómo se encuentra?; desde ahora podremos responder: feliz como siempre, nos espera en el Paraíso quien ha sido verdadero imitador de Don Bosco, como él lo fue de Cristo. Seguro que María Auxiliadora lo ha presentado de su mano ante el Padre. Hasta siempre, querido Don Ruperto.

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