Análisis

Gumersindo Ruiz

Economía intangible, economía real

Parecía que poco se podía decir sobre la economía intangible de plataformas, redes, cadenas, cripto activos, aplicaciones que sustraen y acumulan datos, y lo que compone el universo virtual, tras el libro de 2017 de Jonathan Haskel y Stian Westlake: Capitalismo sin capital, pero han vuelto con otro: Comenzando el futuro. Cómo arreglar la economía intangible, donde sostienen que las crisis actuales son crisis de lo intangible, porque nuestras sociedades carecen de inteligencia y sensibilidad para tratar el cambio de una economía de bienes y servicios reales, a otra que nos deja la sensación de que detrás hay algo falso. Por ejemplo, la tecnología financiera se ha dirigido a operaciones intangibles en mercados de energía, materias primas y alimentos, más que a facilitar crédito productivo, aunque ha sido buena en medios de pago, porque servicios útiles, sencillos y seguros, son tangibles. La inteligencia artificial (IA) tiene sentido en aplicaciones reales, como explica Yoshio Takiguchi responsable de los sistemas médicos de Canon, al utilizar IA para que sus cámaras vayan más allá de la creatividad en la fotografía, a aplicaciones en biología y medicina ("tomografía"). En el libro de Haskel y Westlake se habla de las desigualdades generadas por la economía intangible, creando monopolios con financiación ilimitada, al tiempo que evitan impuestos, y una dinámica de desigualdad creciente de rentas, salarios, y competencia nociva entre empresas. Y lo peor es que ya antes de la crisis sanitaria y de la guerra, llevábamos veinte años con crecimiento y productividad débiles por incapacidad de la economía intangible de concretarlos en la real, lo que es una llamada de atención a quienes nos venden continuamente fantasías tecnológicas sin tener una base industrial para hacerlas productivas.

Visito Cartagena, y me recuerdan que hace veinte años el segundo gobierno de José María Aznar fusionó una empresa sana, Bazán, con Astilleros Españoles, deficitaria, y como consecuencia Bazán pasó de facturar 10.000 millones a unos 2.000, desmantelándose los centros de producción; y aunque Navantia, la actual empresa pública que hereda esta situación, es importante, nuestro sector naval de defensa no es ni sombra de lo que podría haber sido. En esos mismos diques de los que el año pasado salió por fin el submarino Isaac Peral S-81, el marino español creó el primer submarino de propulsión eléctrica del mundo, que puede verse en el Museo Naval; a pesar del éxito, a Peral se le negó la producción industrial de su invento, por lo que dejó la Marina y en los pocos años que duró su vida (murió con 44), trabajó en tecnologías de electricidad. Pero no hay que dejarse llevar por memorias y malos recuerdos más allá de lo necesario, y me quedo con esta inscripción en una placa de cobre, junto a una gastada bandera, que dice: "Bandera que llevó el Submarino Peral en todas sus pruebas 1885-1890, y en la histórica de 7 Julio 1890, en la que se sumergió a 11 metros, y navegó durante una hora con rumbo fijo. Al salir a la superficie fue aclamado por las Escuadras extranjeras surtas en la bahía de Cádiz". Puede parecer sentimental, pero me emociona leerlo, e imaginar la escena en un día de verano, bajo el cielo luminoso de Cádiz.

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