Entre tanta mentira de fondo con el tema de los afganos, tanta miseria de redes sociales, tanta falta de respeto hacia los valores, tanto negocio oculto con las eléctricas, tantos fichajes multimillonarios de última hora, tanta parafernalia de tatuajes y selfíes en las playas, tantos problemas de comunicación a la hora de hacer conciertos o tanta falta de categoría para afrontar los problemas, nos resulta alucinante que, aún haya historias tan bonitas en sí mismas como esclarecedoras sobre la condición humana. Poca gente está siguiendo los juegos paralímpicos. Pocas televisiones transmiten alguna prueba. Pocos comparten una noticia sobre un nuevo record mundial de una persona con una discapacidad que hace del deporte su válvula de escape ante la vida. Son personas como cualquier otra, pero con el añadido de tener una enorme carga a sus espaldas de esfuerzo y sacrificio que le dotan de una valoración superior como seres humanos. Todos conocemos nuestros deportistas jerezanos que llevan años luchando como ejemplo de fuerza mental ante la adversidad. Todos conocemos gente cercana tremenda que con su discapacidad siguen adelante. Son muchos y muchas otros que no ganan medallas, otras muchas son las historias que empieza con un diagnóstico médico, pruebas de todo tipo, viajes a hospitales, lágrimas, llantos y suspiros, y la enorme carga de ansiedad de muchas noches de insomnio buscando respuesta a tantas preguntas, que siguen en la brecha. La equidad y la integración desde la escuela, los centros de rehabilitación y los demás ámbitos, son necesarios y hacen lo que pueden, pero lo fundamental es ver con ojos diferentes a estas personas. Saber que existen, que tienen que ser apoyados y que necesitan hacerse competentes. Si unas olimpiadas paralelas sirve para ello, perfecto. Aunque sintamos que las verdaderas olimpiadas sean éstas, donde el espíritu olímpico se hace visible de verdad. Y las medallas de la vida más verdaderas.