Análisis

Felipe Ortuno M.

Fiesta y bendición de 'la pisa'

Lo de comer el pan con el sudor, ya lo explicó la Escritura desde su Génesis. Casi es perogrullada recordarlo. Da la impresión de que comer es la recompensa de un castigo ¡y qué castigo! Sudar lo gota gorda para la rebanada que corresponde.

Hay que pasar por ardua sequía y trabajo para disfrutar el agua y el pan que te pertenece; destilar la vida a base de esfuerzo y sofoco hasta llegar al descanso merecido, a la sombra que cobije y aliente de esta chicharrera que supone el esfuerzo cotidiano. Días hay que quisiera uno desfallecer en plena tarea; por más que digan los sabios que es el mejor modo de no tentar el diablo (no estaría de más tener alguna tentación con tal de llegar a un sufrido descanso). El 'ora et labora' está muy bien; pero hay quien ora y no encuentra trabajo, o quien trabaja y no halla descanso justo.

No hay modo de entender las combinaciones contradictorias con la que uno cabalga por la vida. Nada termina por completarse del todo: si descansas demasiado te debilitas, y si trabajas todo el tiempo te llega la vejez prematura. Por 'fas o nefas' te deja esta vida a la intemperie, en fin. Sin llegar a la decepción nihilista, diría que es, sin embargo, en el trabajo donde se encuentra la virtud; y es ella la que nos da honor, por lo que es un honor haberlo conocido. Esta es la idea, encumbrar la importancia que tiene el laborar y lo mucho que engrandece a la condición humana, tan invariablemente inclinada a los brazos caídos y al desaliño existencial. Porque si quieres algo en la vida (se lo decimos a los infantes) te cuesta un riñón; por eso jugamos a la lotería, ya que los dioses nos dan todo, sí, pero a costa de fatiguitas, y no estamos nosotros para tanto esfuerzo. '¡Si yo fuera rico…!' dedicaría más tiempo al ocio, y a la oración, y me escucharían más las alturas del Olimpo para quitarme los trabajos forzosos a los que estoy sometido.

Sería el ocio, en este caso, un buen negocio de los dioses: exaltaría más el culto, la oración y los sacrificios, con lo que ellos ganarían mucho y yo más. Hay en mí, que soy australopiteco ocioso, un deseo innato de fiesta incontrolada, aun comprendiendo que hay demasiado trabajo en la viña del amo, por lo que ando en trajines y tejemanejes para conciliar lo uno con lo otro, la fiesta y el trabajo ¡ay, ay, ay! Que nos manda el Señor.

Quizá por ello la fiesta es, o deba ser, sagrada; que es una manera de colar el ocio por la puerta de atrás. ¿Conocéis alguna fiesta antigua y reconocida que no tenga en su pórtico algún acto sacramental? Todas, sin excepción, concilian la bendición con la danza, y en no pocas la danza es en sí misma una verdadera bendición. Que la fiesta de la vendimia comience en la puerta principal de la Catedral con la pisa de la uva y posterior bendición sagrada, es cosa harto significativa, pues que dando a Dionisio lo que le corresponde, nos será propicio en todos los restantes festejos. A Dios lo que es de Dios. De todos los pueblos que conozco, el mío, éste y poco más, en todos anda el cura de por medio, la misa principal y las bendiciones correspondientes, formando un todo, desde que el vino sirvió a Baco para la buena mesa y la conciliación de dioses, costumbres y culturas (aunque hubiera veces en que todo terminara en bacanal). Ab initio, los hombres han sabido conciliar los deseos de los dioses, y gracias a ellos se han podido aprovechar un tanto de las migajas que caían de lo alto.

Como, ahora, a todo se lo quiere resignificar, también a la fiesta de la vendimia se le quiere quitar el carácter sagrado, que es otra manera de mutilar aún más lo que ya está desmembrado. Se oyen voces sobre la conveniencia de trasladar la pisa de la uva a la Alameda Vieja; supongo que como novedad arquitectónica multisecular; quizá para alejarla del templo sagrado; tal vez para que haya mayor capacidad para la concurrencia; a lo mejor porque sea un territorio más inclusivo; quién sabe si porque allí las tropas alfonsinas alzaron sus odres para celebrar la toma de tan importante plaza; o tal vez para no confundir a San Salvador con el caldo que enajena, que ha de ser, sin embargo, la más preciosa bebida de la cristiandad. Que sea lo que Dionisio quiera, pero digo, no obstante, que lo que con bendición empieza con bendición acabe. Los movimientos laicistas, con advenedizos credos, quieren desterrar la fe y la religión de todo acto público para reducirlo a lo privado; hagan lo propio ellos mismos con su credo y se reduzcan a su privada manifestación, con lo que quedaríamos todos privadamente contentos. ¡Good-bye!

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios