Economía y andalucismo, dos clásicos solemnes en los discursos de los presidentes de la Junta de Andalucía cuando acceden al cargo, pero tan imprecisos que sus reflejos en la práctica posterior a veces son difíciles de apreciar y con frecuencia decepcionantes. La preocupación de Moreno en relación con la economía se ha centrado en esta ocasión en la inflación. Sin duda un grave problema entre cuyas principales amenazas está la promesa de un deterioro económico generalizado, aunque lo habitual hasta ahora había sido el compromiso en la lucha contra el paro. La otra promesa en la que sí mantiene la tradición es la de convergencia con España, aunque llevada al éxtasis: nos conduciremos por la vía del progreso hasta que "Andalucía sea la comunidad más importante de España". Objetivo ambicioso, aunque también algo impreciso, teniendo en cuenta que, pese a similares promesas de sus antecesores, seguimos siendo, junto a Canarias, la comunidad con mayor desempleo y menor PIB por habitante.

Centrar el esfuerzo en luchar contra la inflación es un planteamiento loable, aunque discutible por la sencilla razón de que carece de las herramientas para hacerlo. La más importante es la política monetaria, que maneja el BCE, aunque también la política fiscal, en la que el margen de maniobra es reducido y en manos del gobierno central casi en exclusividad. La única alternativa es el pacto de rentas, aunque también ajena a las posibilidades de la comunidad y de improbable implementación en España por la manifiesta preferencia del gobierno por subir de impuestos en lugar de reducir el gasto.

Cabe interpretar, por tanto, que cuando se habla de luchar contra la inflación se está pensando en realidad en suavizar sus consecuencias, que es territorio más cercano a las políticas sociales que a las económicas.

Esta es toda la munición contra la inflación en el corto plazo, pero en el medio y largo existe otra opción más poderosa: las políticas de oferta y las reformas estructurales. Permiten producir de forma más eficiente, es decir, mejor y a menor coste, con dos ventajas añadidas. La primera, que sus principales herramientas, la formación y la innovación, son competencia exclusiva de la comunidad. La segunda, que también es la ruta más segura hacia el objetivo de prosperidad que señalaba el presidente. El gran inconveniente es que, a diferencia de las políticas de demanda (monetaria y fiscal), sus efectos tardan mucho en aparecer y esto suele entrar en conflicto con los intereses políticos, habitualmente mucho más cortoplacistas.

En el brindis al andalucismo volvemos a encontrar las trasnochadas, por manoseadas, referencias a la dignidad y a estar presente, y este sí que es un gran reto, en todos los escenarios donde se decidan cuestiones que afecten a nuestros intereses. Estaría bien saber cómo piensa conseguirlo, porque la realidad es que llevamos muchos años ausentes de casi todos ellos y sin protestar. Admitamos que suena bien porque siempre hemos sido la Andalucía que conviene a España y el auténtico planteamiento andalucista sería luchar por la España que Andalucía necesita, pero ¿es en esto en lo que de verdad está pensando el presidente?

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