Una nación, un pueblo, con una historia cargada de dureza, de invasiones, de sufrimiento. Con un vecino más fuerte y armado, gobernado por un sátrapa de poder casi absoluto. Vecino que lo ha puesto en su punto de mira manipulando la historia y diciendo que eso era suyo desde siempre, para justificar un ataque. Niños llorando aterrorizados, mujeres que se tragan sus lágrimas y corren con su prole buscando un refugio que las guarde del fuego que viene del cielo. Hombres enviados al exilio o a luchar sabiendo que su vida está a un tris de ser truncada, llamados a convertirse en hacedores de huérfanos. Una nación, un pueblo que, siendo más pequeño, tiene el suficiente atractivo económico para motivar que, una vez más, el vecino grande actúe despreciando burdamente el derecho internacional y con la complicidad, activa o pasiva, de países poderosos que miran para otro lado, preocupados solo por su tajada.

Supongo que se habrán dado cuenta enseguida de qué país hablo. Efectivamente, me refiero al Sáhara y al pueblo saharaui. En su historia reciente y actual se dan todos los elementos descritos más arriba.

Sí… también pienso en Ucrania que, por obra y gracia de Putin - nada de izquierdas, émulo de los zares imperialistas -, está viviendo una situación parecida a la del Sáhara, eso sí, más amplificada en los medios de comunicación. Cuando acabó el telón de acero dijeron que Occidente había ganado y que no volverían a repetirse las situaciones de la guerra fría. Pero la OTAN continuó como si nada. Y los compromisos de no ampliación hacia el este se incumplieron. Y otra vez guerra fría, ahora con Rusia y China. La OTAN solo se defiende a sí misma. La OTAN es un organismo inútil para la paz. Y la ONU, con los vetos, también. ¡Malditas siempre las guerras!

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