Uno de los efectos menos comentados de la llegada de Feijoo a la presidencia del PP es la de haber terminado -sin pretenderlo- con aquella memez de la vieja y la nueva política. Estuvimos años soportando la dichosa cantinela de que para dirigir el país o la comunidad de vecinos había que acabar con el lastre de la vieja política, que lo que quería en realidad era apartar de la dirección de cualquier cosa a los mayores de cuarenta. Un juvenilismo idiota se instaló de forma persistente en nuestra realidad cotidiana y parecía que sólo un joven podía aspirar a tomar el poder, ya fuera por efectos de las urnas o asaltando los cielos, que de todo había.

A la postre, alguno llegó a su paraíso personal cobrando cuatro salarios más de lo que recetaba al prójimo, otro inmaduro se quemó disparando fuego amigo por celos, el más cool, naranja y moderno de todos se derritió en su propio ego al querer acelerar la toma del poder y el más incompetente de todos, nos sigue gobernando. Los políticos con experiencia fueron tachados de trastos viejunos para una nueva política que todo el mundo tenía en boca, pero nadie explicaba en qué consistía.

A la postre todo esto derivó en los mismos viejos dogmas de siempre y aquí estamos hoy, dispuestos a empeorar las cosas en una nueva vuelta de tuerca a una ley educativa que tiene secuestrada y herida de muerte a varias generaciones de jóvenes, cada vez menos preparados intelectual y emocionalmente, más endebles en lo moral, más armados de derechos que creen merecer desde la cuna, más ignorantes y menos resistentes a la frustración, ofendidos de cualquier causa. No sé que será de Feijoo, pero una de sus primeras medidas debería ser castigar con pena de autónomo a todos los jóvenes que al calor del Partido esperan su oportunidad de vivir de la política. Ustedes seguro conocen algunos.

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