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La huella digital

Bajo la inmensa sombra tecnológica, se hace cada vez más diminuta la mente humana. Así lo razona el autor con un ejemplo de historia del arte que, a día de hoy, quizá no estaría en pinacoteca alguna, sino en atmósferas etéreas

Retrato de Giovanna Tornabuoni degli Albizzi. Retrato de Giovanna Tornabuoni degli Albizzi.

Retrato de Giovanna Tornabuoni degli Albizzi. / © Fundación Colección Thyssen-Bornemisza

Fascinante como pocas es la ciencia de la arqueología que, analizando restos o vestigios del pasado, estudia los cambios producidos en las sociedades, desde las primeras agrupaciones humanas hasta nuestros días. Es un trabajo arduo, paciente y meticuloso que sorprende a diario con nuevos hallazgos sobre civilizaciones como la egipcia, con sus enigmáticos faraones y pirámides, o la tartésica de esa ciudad que 'duerme' bajo los trigales de Mesas de Asta en Jerez, esperando salir a flote. Eliminando granitos de arena se desempolva la historia, revelando cuán misteriosos eran nuestros ancestros. Pero uno se pregunta ¿qué encontrarán de nosotros los arqueólogos del futuro, si casi todo lo que hacemos se sube a la nube?

Múltiples actividades que antaño dejaban testimonio material (visual y tangible), ahora se circunscriben a la llamada huella digital. De seguir así, nuestro tránsito vital acabará dejando como único rastro minimizado lo que se albergue en una memoria de teléfono móvil, tablet u ordenador, o en ese nuevo y nebuloso limbo cibernético denominado 'cloud'. Meditando sobre ello, he recordado una de las obras del intrigante Renacimiento: el retrato de Giovanna Tornabuoni degli Albizzi, que 'descubrí' en el Museo Thyssen-Bornemisza durante los años que residí en Madrid. La obra fue realizada por Domenico Bigordi en 1489, a petición del noble Lorenzo Tornabuoni, miembro de la influyente familia Médici, que pretendía honrar para siempre a su esposa, reflejando en esa creación no sólo la belleza exterior sino también la interior.

La hermosa mujer falleció durante el parto del segundo hijo, con tan solo 20 años de edad, justo al cumplirse dos de contraer matrimonio. Se trataba pues de un exigente proyecto para el artista, conocido popularmente como Ghirlandaio, que resolvió el difícil encargo realizando un perfil fidedigno de la divina Giovanna, e integrando en la tabla un inusual y bien visible cartelito con unos versos: "¡Ojalá pudiera el arte reproducir el carácter y el espíritu! En toda la tierra no se encontraría un cuadro más hermoso". Así dejaban huella para la eternidad hace 533 años. Hoy, quizá lo subirían a la nube…

(*) Jesús Benítez, periodista y escritor, fue Editor Jefe del Diario Marca y, durante más de una década, siguió todos los grandes premios del Mundial de Motociclismo. A comienzos de los 90, ejerció varios años como Jefe de Prensa del Circuito de Jerez.

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