El actual, claro, porque pronto y rápido va a cambiar. Es obvio que el paisaje es por naturaleza cambiante, nuestros primeros pobladores humanos se encontrarían por los alrededores de la ciudad con bosques impenetrables de encinas, alcornoques y acebuches como especies dominantes. Las actividades humanas posteriores en aras de roturar tierras para la agricultura, conseguir leña para los hogares y pastos para el ganado, fueron aclarando esas zonas boscosas primigenias.

Cuando llegan los cristianos en el siglo XIII se describe a la Jerez andalusí como una ciudad rodeada de feraces huertas, con vides, olivos e higueras. Y hace un siglo veríamos nuestro agro con trigo, vides y un tercio de cada finca en barbecho para dejar descansar la tierra y poder alimentar al ganado de carga y tiro que ayudaban a las faenas agrícolas.

Posteriormente, algodón, girasol y remolacha, (cuánta riqueza trajo esta planta a nuestra ciudad), modelaron otro paisaje bastante diferente, pero lo que depara el inminente futuro poco se va a parecer a lo hasta aquí descrito.

Primero empezaron los parques eólicos sin ninguna semejanza a los molinos de viento de nuestro Don Quijote, que en vez de descabalgar a nuestro hidalgo manchego, se dedican a derribar aves siendo un sumidero de muerte para estas. Los cambios en la PAC y la aparición de nuevas economías y mercados nos van a acercar a cultivos que ocuparan un terreno que se convertirán en abióticos y tendrán la monocorde visión de un desfile militar; aguacates, almendros y olivos de intensa producción aparecerán en fila, cual ejército a la hora de formar.

Y para remate de los tomates, los huertos fotovoltaicos que no generan ningún valor añadido salvo al propietario de los terrenos y la empresa eléctrica, que venderá su energía sin apenas crear puestos de trabajo como señalaba esta semana este mismo Diario de Jerez.

Y a todo mientras, "todoquisque" temblando ante el próximo recibo de la luz. "Cosas veredes, amigo Sancho".