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Nueva Cuaresma, nuevo acercamiento a la imaginería pasionista no procesional. En esta ocasión nos vamos a aproximar a tres esculturas de Cristo que acumulan detrás de sí una centenaria carga devocional. Fervor popular aminorado en los últimos tiempos pero cuya huella se percibe en toscas alteraciones que dejaron en un segundo plano su condición de obras de arte. En este contexto hay que entenderlas todas, empezando por la protagonista de hoy, el Ecce Homo de la parroquia de San Pedro.

La tipología escultórica del Ecce Homo, de busto o medio cuerpo, tiene en España sus más tempranas muestras en el siglo XVI. En Andalucía será la escuela granadina la que más trabaje este tema iconográfico durante el Barroco, mientras en la sevillana alcanzará menor relevancia. En este sentido, en Jerez no abundan este tipo de esculturas, siendo esta de San Pedro una de las más interesantes.

Perteneciente, al parecer, en un primer momento a una hermandad de Ánimas radicada en esa parroquia, puede encuadrarse dentro de la escuela genovesa. En concreto, se relaciona con el imaginero ligur afincado en Cádiz Antonio Molinari (1717-1756), teniendo en cuenta la cercanía que manifiesta su cabeza con la del San José del grupo de la Sagrada Familia de la iglesia gaditana de San Agustín, que éste hace en 1752. La delicada y sinuosa talla del cabello, parcialmente mutilada para colocarle una corona de espinas de metal, remite con claridad a la estética genovesa y al propio San José referido. Pero en algún momento de su historia el busto original fue ampliado, añadiéndole un anónimo artista, de modestas dotes, torso y brazos, y sufriendo también actuaciones posteriores en la policromía.

Tras una más afortunada intervención reciente por S&S Restauraciones, se conserva hoy con dignidad, manteniendo aún parte de esa estética italiana de su autor.

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