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La cruz sigue siendo un interrogante abierto. Miro la historia presente y descubro la cruel presencia de la anti-humanidad, las inmensas proporciones del sufrimiento retando la fibra del sentido antropológico. Porque la historia del mal es un desafío constante a la razón de ser de la vida. Nos enfrentamos a lo absurdo de la muerte cuando constantemente llama a la puerta. Ahí está, inferida o impuesta, envolviendo cada acontecimiento, sin saber exactamente qué significado tiene o a qué nos lleva.

Las existencias que lucharon por una vida digna, las que se sacrificaron por los demás, las que entregaron su más preciado tesoro, todas han sido, sin excepción, pulverizadas por la Parca. Murieron o los mataron. ¿Qué sentido tiene el exterminio del hombre? ¿Quién le dará salida a tanta existencia humana triturada? En este contexto quiero situar el sentido de la muerte y la cruz de Jesús. Todo un Dios aceptando y sufriendo la cruz, muriendo en ella ¡inaudito! Afronta el mal en la cruz como misterio de la pasión de la historia, sufre su tiempo y el nuestro, para insertarlo en Dios, que respeta la libertad de los hombres, aun cuando aboque a la irracional muerte.

Este proceso, vivido y sufrido por quien era Hijo del Hombre e Hijo de Dios, liberó al mundo del absurdo de la cruz y de la muerte; transformó la cruz y la muerte en redención y encuentro con Dios. Tal es nuestra fe cristiana. A partir de hoy, Domingo de Ramos, intentaremos adentrarnos en este misterio para darle sentido al sinsentido a la luz de la pasión. El pensamiento cristiano vive a la sombra de la cruz: ahí se encuentra su identidad 'locura para los sabios, escándalo para los piadosos, incomodidad para los poderosos'.

No responde a ningún modelo ideológico, político ni religioso, por más que se le haya querido apropiar la contingencia histórica. La única confiscación posible radica en la vida coherente de sus seguidores. No hay otra. La cruz sigue siendo expresión manifiesta de hasta qué punto Dios se despojó de su rango ('ad inferos'), tomando la condición de hombre: un Dios impotente frente al poder del mundo, pasando por el tamiz de la cruz; quizá porque es en el propio campo del madero desde donde se la pueda vencer '¿Dónde está muerte tu victoria? ¿Dónde está muerte tu aguijón?' Dios es crucificado y sufre la muerte del Hijo en el dolor de su amor.

Dios puede morir como un hombre, ser hombre y ser creíble hasta el límite de la humanidad. Aquí está Dios, aquí Jesús, Ecce homo. La cruz y la muerte guardan una estrecha relación con Dios, le afecta, hasta tal punto, que nada de lo humano le es ajeno. Donde estamos nosotros, está Él, asumiendo la pasión del mundo, que se convierte en algo no exterior, sino interior con respecto a él. No se aleja del dolor; tampoco lo justifica. La cruz la sufre con solidaridad, precisamente porque no quiere dejarnos en ella, porque la razón de ser de su cruz está en el amor que nos tiene para quitárnosla o aliviarla.

Un Dios que ama así no puede querer cruces para nadie. Asume el dolor y la muerte para rescatarnos del peso mismo que lleva la vida, para darle vida a una cruz de muerte. Toma el dolor en su lucha contra el dolor, asume la cruz en el denodado intento de anularla para los demás.

Hoy, como antaño, seguimos buscando la posibilidad de encontrarle sentido a esa cruz que representa, más allá de la estética procesional, tanto sufrimiento de impotencia y debilidad humana, tanto dolor profundo ante el que cualquier palabra que digamos se convierte en engañosa y vacía. Seguramente, sólo cabe callar ante el misterio inefable de la cruz, acercarse a ella despacio para aprender a luchar contra su sombra, que aún se proyecta sobre el mundo.

Queda la posibilidad remota de agarrarnos a ella para combatir contra el dolor acechante y perverso de la muerte. Así veo yo la cruz, como un desafío permanente contra el mal, como una espada de amor convertida en lucha inagotable contra la muerte. "Memoria passionis": donde se cuenta la historia de un crucificado que acoge en sí a todos los crucificados habidos de la historia, a todos los hombres que soportaron la cruz que el mundo les impuso por haber sido fieles a sus principios y convicciones, como ahora, que las sigue imponiendo con su indolencia exasperante.

A partir de hoy, procesionada por las calles, la cruz de los olvidados y borrados de la historia, que fueron 'massa damnata'y siguen vivos en la memoria del evangelio que sabe contar y narrar, recordar y rememorar a las víctimas que fueron, y son, del totalitarismo histórico que quiso crucificar en los gólgotas del mundo a quienes se rebelaron contra su poder. Ahora toca amar la Cruz. Seguir el camino de quien nos redimió por ella.

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