El parqué
Álvaro Romero
Jornada mixta
Desde la espadaña
Aveces me apetece mirar, observar a la gente que pasa, y analizar, sin método alguno ni rigor científico, cuanto acontece a mi alrededor. Cotilleo tras el visillo imaginario, y hay tanto 'de to', que, la más de las veces, el equivalente a uno mismo me ruboriza hasta lo insospechado. La pasarela animal es tan extensa y cromática que bastaría este parque zoológico para ilustrar el origen de las especies darwinianas. Acepto que cualquier reflexión venida de esta investigación anárquica no puede ser sino prejuiciosa y equivocada; en cualquier caso, es una impresión, sin categoría, que sólo pone de manifiesto mi peregrino parecer. Observo que, más allá de la disparatada morfología pedestre, que daría para un estudio involutivo, el rictus de los peatones suele ser hosco y arrugado, como si una pena los acompañara por dentro.
Ignoro el grado de ilusión que tengan por la vida; pero andan como si no la tuvieran. La gente que la tiene vive y disfruta de cuanto le rodea, y no creo yo sea el caso en lo que oteo de la generalidad ¡cuánta gente triste! No les inquiero por miedo a un sopapo, o una contestación merecida, pero tengo la tentación de preguntarles: ¿tiene usted ilusión por algo? Yo mismo me he descubierto en el reflejo de un escaparate con una cara de sieso que ni te cuento. Algo nos está pasando. Vamos por la calle en forma de pensamiento negativo, a la defensiva de todo, como si los demás fueran potenciales enemigos viandantes de nuestro yo ¡qué gesto de nalga!
Así no se puede vivir. Falta alegría, gente risueña y satisfecha, que, sin menoscabo de la seriedad, cante y persiga sueños por las calles. Encontrar la 'chispa de la vida' que dé sabor al sendero que llevamos. No sabría decir qué objetivos tenemos como para que la presión diaria nos amargue el camino, que es la estancia, como bien dijo Niña Pastori en El Hormiguero; pero tristeza y pesadumbre hay una jartá. Demasiada gente hastiada, como si la vida fuera una carga tediosa e insoportable, a la que le da igual todo, henchidos de desilusión y escepticismo. No se trata de juzgar, ni clasificar siquiera, porque todos corremos la misma aventura, sino de buscar qué sea aquello que nos falta y pueda llenar la vida, o encauzarla al menos.
Seguramente encontraríamos algún culpable que apaciguara la responsabilidad; pero está claro que la teoría del chivo expiatorio no soluciona la causa propia. Seamos, primero, sinceros con nosotros mismos para indagar en la hondura que necesitamos, sin que tengamos que reprocharle nada a nadie, ni falta que haga. ¡Qué importante es tener ilusión, sentimientos positivos capaces de tener fe en nosotros mismos! Empecemos por encontrarnos y tenernos, ¿parece poco?; porque, al no poseernos, nada hay que llene y satisfaga la carencia de nuestro yo.
Vamos huecos de sentido, ajados, con un yo marchito que da pena. Ríe, hijo, ríe, que nada es para tanto: 'El cuerpo es tierra, y lo será, y fue nada' (Quevedo). Vivimos trastornados, en una sociedad esquizofrénica que exige de nosotros lo uno y lo contrario, de tal suerte que ya sólo las grageas sostienen ese ritmo trepidante y despiadado.
Stop, por un instante, y que sea la reflexión sincera (sin rayas de talco) quien ponga un poco de apaciguamiento al compás desilusionante. No quisiera ser pesimista, ni generalizar injustamente, pero percibo una sociedad incapaz del regocijo natural de las cosas, una anhedonia, que expresa la incapacidad de disfrutar de las cosas agradables de la vida y de experimentar placer, tanto en el aspecto físico, como social, más allá de los super estímulos o sustancias del cripto mercado alucinógeno.
Contra esto propongo que se haga ejercicio físico, que se adopten compromisos y relaciones con los demás, que se busquen campos espirituales, tan necesarios en un mundo de cortas miras y tanto vacío, que se reconozca la llaga de oquedad que nos agobia, y se llene de amor y de sentido. Quizá, de este modo, la desilusión incapacitante, más que en un inconveniente, pudiera convertirse en una nueva oportunidad que la vida ofrece para reorientar el camino.
No te refugies en comportamientos dañinos para esconder el vacío que sientes. El primer paso para dejar atrás esa sensación consiste en reconocerla. Pasa tiempo contigo, mira dentro de ti, y reconfórtate del camino. ¿No es bonito volver a encontrar la ilusión? ¡Qué ilusión verte! Chesterton decía: "hay algo que da esplendor a cuanto existe, y es la ilusión de encontrar algo a la vuelta de la esquina".
El refranero español apostilla: "de ilusiones vive el hombre", y así es, porque la ilusión nos mantiene en una alerta sana, una activación que predispone a alcanzar lo deseado. Si vives desilusionado repasa tu proyecto de vida, ponte metas realistas, reconoce tus recursos, vuelve a emocionarte, valora tu camino, compromete tu vida y deja un espacio para el silencio de tu corazón.
Tal vez merezca la pena cambiar la cara encogida y marchita por la sonrisa electrizante de la ilusión esperanzada. Mira a tu alrededor y comprueba que todavía hay gente buena por la calle desplegando sonrisas al albur de todos los vientos que soplan. Yo me apunto.
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