Puede parecer mentira pero es una de las facetas que peor se nos dan a los seres humanos. Decir adiós es siempre duro. Ya sea para despedir a un ser querido que se marcha a un largo viaje o para dar el adiós eterno a quien se nos va y sabemos que jamás volverá a estar de forma física con nosotros. Las despedidas son tristes. Tienen un halo de melaconlía, de no saber qué va a pasar en el futuro porque, simplemente, el azar, el devenir, el libre albedrío en suma, no está en nuestras manos. Somos seres controladorespese a que nos cueste reconocerlo. Estos días muchos profesionales de la Administración andaluza están diciendo adiós tras años de trabajo al servicio de la Junta. Los más se están yendo de forma honorable, ya sea dándose unos meses sabáticos o buscándose las habichuelas por otros sectores. En cambio hay otros que han sido capaces de provocar ceses de personas absolutamente eficaces en otras administraciones para ponerse ellos. No olvidemos nunca que la forma de decir adiós nos califica para la eternidad. Cuando el hacha va a caer, mejor una gran frase que un sollozo.

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