Suicidio demográfico

En el nuevo curso escolar han vuelto a las aulas en Jerez dieciséis mil alumnos. El curso 14-15 lo iniciaron veintinueve mil; en apenas diez años el descenso de trece mil alumnos nos da la medida de lo que ocurre en España. Si echamos un vistazo a los grandes temas que están presentes en los medios, los que ocupan la agenda pública o se mencionan de forma machacona, nos encontramos con el cambio climático o la violencia machista, entre otros.

Muy poco sobre una de las cuestiones intencionadamente ignoradas en las sociedades avanzadas, el suicidio demográfico, el inapelable envejecimiento de la población. El bienestar es acomodaticio, eleva el nivel de exigencia del ciudadano que cree que tiene derechos infinitos y altera su orden de prioridades. El retraso de la maternidad hasta lograr estabilidad laboral, la falta de políticas de conciliación, el incremento del coste de la vida, la pérdida de poder adquisitivo, el desempleo y la inseguridad económica -que todas ellas son ciertas-, no explican por sí solo este fenómeno suicida.

El aumento de separaciones y la vulnerabilidad de las relaciones, la cultura del aborto y el hedonismo de la postmodernidad, hacen difícil adoptar responsabilidades a largo plazo como el fundar una familia y acoger la vida. La fragilidad de las sociedades líquidas sin grandes convicciones y la cultura del ocio, atontan sin remedio. Para dar soluciones postizas acudimos al comodín de la inmigración sin importar demasiado que vengan a cubrir puestos de trabajos que los nacionales no están dispuestos a realizar, muchas veces de manera justificada por las condiciones que se ofrecen. La conciencia colectiva de Occidente está muy identificada a su manera con el cuidado del planeta y la igualdad de sexos pero parece anestesiada e inerme a las grandes cuestiones que la ponen en cuestión.