Felipe Ortuno M.

Trata de personas

Desde la espadaña

26 de julio 2023 - 00:45

En 2013, la Asamblea General de los Estados miembros de la Naciones Unidas adoptó la resolución A/RES/68/192 y designó el 30 de julio como el día mundial contra la Trata, y de este modo «concienciar sobre la situación de las víctimas del tráfico humano y promocionar y proteger sus derechos». A estas alturas de la historia, aunque parezca mentira, la execrable actividad esclavista sigue existiendo en nuestro entorno más próximo: personas tratadas peor que animales, como objetos de compra-venta. Coexistimos con seres humanos capaces de mercadear, sin escrúpulo alguno, con mujeres, niños y hombres, como si fueran cosas, con tal de obtener beneficios a cualquier precio.

Esclavismo y racismo siguen campando a sus anchas por las urbanizadas calles de nuestra civilización. Abominables personajes prevalecen en medio de un mundo materialista y ciego. Bajo el manto del dinero, que lo compra todo, en el infierno de la dignidad, se siguen abriendo prósperos negocios a costa de la sangre de nuestros hermanos. Son muchas y variables las causas que propician tal situación, pero, sea como fuere, ahí tenemos las consecuencias inimaginables de explotación radical e inadmisible ¿Puede el ser humano llegar tan bajo? Donde no hay conciencia, ni referencia, donde los valores y el respeto se pierden ante la Mamona, todo es posible. Las causas procedentes de las crisis, los conflictos bélicos y los desplazamientos, propician ciertamente esta violencia y abuso, son culpables de que las personas no gocen de un estatuto legal reconocido y sus derechos se vean conculcados hasta ese punto.

Ahí está la indigencia moral extrema que no se puede justificar bajo ningún concepto ¡Qué vergüenza! Hay traficantes de la desdicha ajena, miserables homínidos sin entrañas, engendrados en la ciénaga, capaces de aprovecharse de otro ser humano hasta mercadear con sus cuerpos y sus órganos, sobre todo con su libertad. Todo lo reducen a una cuestión de precio. Y, entre tanto, colaboradores indirectos que, en aras de la satisfacción de su placer personal, contribuyen a que estas situaciones inhumanas sigan existiendo.

Las medidas contra la trata de personas parece que brillan por su ausencia dado el descendimiento de detección y ralentización mundial de la respuesta de la justicia a un problema tan inhumano y desalentador. Es verdad que la pandemia ha propiciado una mayor clandestinidad y riesgo para las víctimas al hacer posible que este tipo de delitos llegue menos al conocimiento de las autoridades; pero ahí está, clavando sus zarpas en los más desamparados de la sociedad, mientras las medidas de lucha contra el tráfico de personas se quedan cortas o inexistentes. Hay que ir a los rostros concretos de las personas para darnos cuenta de lo que todo esto significa, más allá de las estadísticas, que, aun siendo de proporciones espeluznantes, nos dejan fríos ante semejante drama. Los rostros tienen nombre, tienen la mirada triste de una humanidad esclavizada, los sentimientos de la indefensión y el clamor silencioso de la impotencia. Rostros, miradas, corazones, hijos, madres, hermanos, seres humanos tratados como detritus, arrojados a las bestias, al modo como los romanos trataban a los cristianos en el circo, echados a los demoledores dientes de la inmundicia.

Es un asunto todavía pendiente: la liberación de las personas esclavizas contra su voluntad, tratadas como mercancía, con el fin de satisfacer los más bajos instintos de una sociedad enferma de superficialidad y carente de principios humanitarios. Ha de haber un grito unánime, un clamor aplastante contra esta práctica que deja sin corazón a la sociedad. Los ‘chupa sangre’, los ‘tíos del saco’, aquellos con los que a los niños nos asustaban, existen de verdad, no son un invento de abuelas timoratas, sino una realidad viva y sangrante en una sociedad que lo tiene todo y pasa de largo ante la conculcación de los derechos más elementales de sus miembros.

Sigue existiendo la trata de personas, ese delito despreciable que, aprovechando las desigualdades, la inestabilidad y los conflictos, establece sus tentáculos para captar a los indefensos hasta privarles de sus derechos fundamentales. Sabemos quiénes son los más expuestos, los más vulnerables, los blancos perfectos para que los desaprensivos carroñeros de la sociedad hinquen sus dientes en la candidez de sus presas: mujeres, niñas, jóvenes migrantes y refugiados que terminan siendo objeto de deseo, de compra y venta, de degradación, para los impresentables consumidores de carne fresca que tanto merodean por nuestra prometeica sociedad.

Hablamos de la explotación brutal, la prostitución involuntaria, el matrimonio forzado y la esclavitud sexual, del espantoso tráfico de órganos humanos… ¿Todavía se mueven con impunidad? Los Estados, supuestamente más progresistas, siguen sin prestar la debida atención a tan execrable problema. La trata de personas sigue sin conocer fronteras, mientras los tratantes de esclavos hostigan y cazan el alma de la gente, sin que haya una verdadera revolución contra ellos. Es inadmisible que aún estemos así ¡NO A LA TRATA!

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