
A contraluz
Manuel Pareja
El nuevo Papa y las categorías interesadas
Entre tinieblas y con el cerebro abotargado. Así estamos últimamente. Porque desde la pandemia estamos con un enjambre de moscas detrás de las orejas, sea por culpa de las riadas, las danas, los apagones, el robo de cableado o los problemas con las casetas de feria. Es un sinvivir, aunque seamos los últimos en enterarnos de lo que se cuece y los primeros en sufrirlo. El mayo más feriante de los últimos años está siendo protagonista de película de terror de la buena dejando en bragas a las sevillanas y los farolillos. Con demasiada facilidad se habla de sabotajes y de hacer la cama al gobierno contrario. Con poca vergüenza se refiere a escenarios ocultos para justificar la inoperancia y de hacer encuestas para dilucidar las miserias que nos entregan en forma de réditos en las fusiones de bancos o ver cómo incluso las puertas giratorias dan más vueltas que nunca en las empresas de redes eléctricas, en las renovables, en las telefónicas o en las nucleares.
Cree el ladrón que todo el mundo es de su condición y, cuando llegamos al convencimiento de que alguien se está cachondeando del otro y, por desgracia, no somos nosotros los que lo hacemos, es cuando atisbamos a ver la realidad a la que nos estamos acostumbrando de manera que, o nos toman por idiotas o se creen con derecho de engañabobos permanente. Que estamos muy al pario de lo que se cuece en las altas esferas es una realidad porque ellos mismos se encierran en sus capillas sixtinas de turno y abducidos por la gloria sempiterna o la inmunidad parlamentaria acaban comportándose cual cardenales aislados llenos de aurea política a la espera de la fumata blanca de turno. Entre tanto cónclave social sin sentido y tanta comparecencia ficticia, la realidad avala a la ficción. Mejor tener apagones diarios para conocer la verdad. Lo de vender humo no tiene sentido. Y lo de ver la luz al final del túnel está por ver.
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