Tacho Rufino

El buen patrón

el poliedro

La gala de los Goya representa a una industria, y parece que el talento y la empresa del ramo se imponen al folclore partidistaBardem interpreta a un empresario atribulado en su poder, con un realismo ajeno a clichés

19 de febrero 2022 - 01:38

El cine español contemporáneo -digamos de treinta años a aquí- es uno de esos cuadriláteros donde la izquierda y la derecha simplonas se arrean ganchos políticos. Una parte del sector, arrobado con el PSOE benefactor o, alternativamente, militante contra los gobiernos populares, asumió una causa excluyente, ostentando un alto compromiso social en la anual fiesta de los premios de la Academia del ramo. Una bandera ofendida y rabiosa contra el fascismo y el neoliberalismo, feminista de pata negra -"No, bonita, el feminismo no es todas, es nuestro", dijo la vicepresidenta Calvo-, que ondeaba entre un glamour dispar en el día en el que se premia a películas, actores, guionistas u otros oficios de tan noble arte; una industria, eso también.

Las astracanadas que se han interpretado durante algunos años en la gala de los Goya han provocado el desafecto de muchas personas hacia el cine español. "No a la guerra", "Nunca mais", insultos personales: un espectáculo institucional hecho militancia, sea ante Zapatero -uno de los nuestros- o para poner contra las cuerdas al ministro de Cultura de turno de Aznar o Rajoy, que aguantaba el chaparrón de esmoquin y sin paraguas. El gran actor que es Javier Bardem bien puede haberse visto perjudicado por las arengas y ostentaciones de su madre y su hermano, sea en esas galas, sea en otros foros con altavoz. Pero el notable reconocimiento internacional al talento del intérprete ha acabado por imponer la razón, como antes sucedió con Almodóvar, autor egregio. Que este año él pudiera ganar un segundo Oscar disipa dudas: en este secarral donde se pintaron goyas en crueles aguafuertes, surgen luceros. Nadal y Bardem, por ejemplo. Y mira que los que aprecian a uno no suelen apreciar al otro, o viceversa. Qué importarán el tenis y las 'pelis', habiendo leña que darse.

En El buen patrón, el protagonista principal es un empresario casi en sus cincuenta, heredero, seductor y simpático, encantado de ejercer un mando total en su territorio, y de prosperar. Es un tanto extraño que sus empleados lo llamen 'patrón', pero la película es sorprendentemente realista, y se atreve a proponer una obviedad: que uno no es malo ni bueno por tener poder, ni por carecer de él. Se agradece que el guionista y director nos ofrezca las contradicciones de un mandamás. A veces vulnerable y torpe. Otras, las más, decidido, convincente y manipulador, bastante sensato a pesar de su pequeño mundo poderoso, y con una gracia natural. Sus problemas -decidir es el problema clave en la vida de un empresario- son diarios y variados, exigentes e inaplazables. La vanidad y la soberbia salpican la vida del dueño de Básculas Blanco con sexo de pago, o de jerarquía y ventajista, aunque consentido por mor de la erótica del poder masculino. Si ven la película, quizá convendrán en que el compromiso del jefe rutilante con sus empleados es digno. Un reyezuelo, pero con su corazoncito. Con absoluta adicción al intervenir y resolver. Capaz de toda táctica, dado el caso, por ese mismo vicio: capaz de liquidar a un amigo, a unas malas. El buen patrón no es un título irónico, sino más bien compasivo. La película de León de Aranoa pone en solfa algunos clichés: malos empresarios, buenos empleados. Sean éstos son mujeres o inmigrantes.

Descolocados, no han faltado en esta semana quienes han tachado a la película de indulgente con el machismo, porque la mujer del patrón es un baluarte afectivo y patrimonial ante el abismo que encara su marido. Porque la amante becaria, su pasión, es otro prototipo de mujer machista. Gente rabiosa que osa a poner sus religiosas manos sobre la libertad, en este caso la de expresión profunda y profesional (comercial, hay que vender) de las personas con talento y capacidad. Que dicen lo que quieren.

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