De correveidiles y bocachanclas

04 de junio 2025 - 03:04

¡qué me gustan las palabras sustanciosas! De sólo pronunciarlas salivan las papilas sensoriales. Decirle a alguien correveidile es mejor que una imagen de las que se llevan los premios Goya. Te recreas en la pronunciación tanto como en el significado. Que una persona corre-ve-y-di-le tenga esa profesión es tanto como relatar una novela picaresca, o a mí me lo parece.

La historia de España se podría contar con este sustantivo masculino y femenino: persona encargada de entregar chismes o rumores a los demás. Si te asomas a las intrigas palaciegas, por ejemplo, están llenas de boquiflojas y chimiscoleros, de gente que lengüetea lo propio y ajeno sin escrúpulo ni consideración alguna. Pura historia. En relatos amorosos, qué digo, todo es celestineo de traer y llevar. Así en cualquier campo que toques, hasta en los conventos existe el conventillero, un llevaitrae que todo lo enrevesa. En ninguna casta se libran del alparcero. Son hijos de Hermes y, como tales, llevan las noticas de su espionaje nocturno a una velocidad inusitada. Una palabra capaz de describir tres acciones en un mismo personaje. Síntesis de movimiento y comunicación.

Ni el primordial filósofo lo hubiera descrito mejor que el pueblo llano con su fabla. Gente cuajaenredos, porque jamás cesan de engañar con sus aparentes palabras a cuantos llegan a oírlos. Son intrigantes, soplanucas y bocachanclas, que no es poco. Dar con un tipo así es pernicioso, por más que los haya como la grama y vivan de pescuezo como los chupatintas. Son boquiflojos y murmuradores.

Encargarles discreción o reserva es tanto como echarles perlas a los cerdos; más bien son boca buzón de correo y dispensadores de todo cuanto les soplan. La moderación no va con ellos, ni la medida ni el secreto. Son chivatos de la calle y zurcidores de gatuperios y averías. De semejante especie hay que andar avisado ¿Recordáis a la ‘vieja del visillo’, ese personaje de José Mota que con tanta gracia asomaba por la ventana?

Tal es el correveidile y bocachancla: fisgón, cotilla y alcahuete. En la condición humana vive agazapado este animal, amén de otros virus contagiosos, que complican la convivencia pacífica y llevadera. Por cualquier esquina se te aparecen con aires filantrópicos, como queriéndose interesar por los asuntos ajenos, y sólo pretenden averiguación, como los sabuesos de caza que hacen saltar la liebre. De toda esta especie me atrevería a disculpar a la Celestina que, después de todo, no hizo otra cosa que concertar amoríos, aunque fuera por maña y llevaitrae de la pelandusca Elicia. La historia de la humanidad, aun con tantas enseñanzas que nos dispensa del patio de Monipodio, no ha logrado con todo desembarazarse de estos tipejos desagradables. Ahí siguen, espiando, mejor que James Bond, ingenuo aprendiz inglés, que no sabe que por estos lares los correveidiles llevan la astucia de Cojuelo aprendida.

No en vano a la murmuración se la representaba con cara de demonio, porque, así que entra, no hay manera de sacarla sino por exorcismo. Nada peor que un chisme del correveidile, ni pecado que más daño haga que la habladuría y el comadreo que, una vez suelto, ya es imposible retornarlo a la decencia. Como las plumas de la gallina, que si se esparcen por la calle ¿quién las retorna luego? Como el burro que desató el diablo y provocó una guerra por el efecto dominó que llevan las malas acciones banales, siempre in crescendo. Este vicio de difundir rumores, tan de moda en la falsa política presente, mata en vivo, y habría que pedirle cuentas al difamador con alguna pena que le punzara el bolsillo, las nalgas o lo que fuera, y resarciese en algo la reputación ya que no es posible en todo. Correveidile ¡nunca una palabra dijo tanto y tan bien! Que describe al personajillo en lo que es y hace: tres verbos para un sujeto, como si se hablara de tres personas distintas y un solo Dios verdadero; un contradiós, en este caso, de inhabitación blasfema.

De esta clase de personajes se nutren las instituciones más preclaras, gobiernos, ministerios, hermandades y obispados, hasta los dicasterios y nunciaturas se abastecen de boquiflojos inmorales, que son recompensados con prebendas aseguradoras, con carlancas que sujetan sus vidas miserables y serviles. Cuentan de Sócrates una historia digna de consideración para estos casos. Preguntó el filósofo al chismoso si lo que le traía era cierto, bueno y útil. Puesto que no pasaba esos tres filtros ¿por qué decírmelo si en nada me es provechoso? -dijo el sabio al alcahuete.

Desgraciadamente el correveidile no se encuentra con esta gente de conciencia, sino con los cochambrosos compiladores de mentiras, peristas y cachineros, que de sobra saben de dónde viene la información y el engaño. Ni les importa, ni contrastan, siquiera fuera por un mínimo pudor que tuviesen. Y así anda el mundo, en manos de esta ralea que vive exportando trivialidades y cuentos sin que nadie les imponga aranceles como debiera.

A esta gente cotilla y cotorra, que toma vela en todos los entierros, les daba yo de su propia medicina y les entremetería fuego en sus órganos, sólo para que probaran el escozor que ellos procuran con tanta liberalidad a los demás. A esta red de espías y chivatos sociales, dedicados a la murmuración y el chismorreo, les pongo ahora a ellos en boca de la maledicencia, ya que no se les puede poner en la literalidad de la picota. A todos los correveidiles y bocachanclas, mi desprecio, por cagatintas y lenguaraces, por cretinos, que es un eufemismo caritativo para llamarles tontos. No más.

stats