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Para adentrarnos en la arquitectura en hierro jerezana resulta imprescindible la consulta del capítulo dedicado a este tema por Jesús Caballero Ragel en su reciente libro La ciudad burguesa. Arquitectura isabelina en Jerez (1833-1868). En él nos habla de la existencia de una empresa de fundición local llamada “Gutiérrez y Cía.”, que se documenta a partir de los años sesenta del XIX y que dejaría una profunda huella en la ciudad a través de los numerosos trabajos que llevó a cabo durante su siglo de vida. Entre otros muchos tipos de piezas, crearon esbeltas columnas de hierro fundido, reconocibles con claridad porque poseen el sello de la fundición. Muy elocuente es su uso, por ejemplo, en las fachadas del edificio de la calle Algarve 15, lo que permite horadar buena parte de los muros.
De su colaboración con el arquitecto Francisco Hernández-Rubio salieron diversas realizaciones, como la estructura férrea de la plaza de toros, añadida en 1894. Asimismo ensamblaron y soldaron los elementos que conformaban el pabellón de pescadería y el tristemente desaparecido de recova del Mercado de Abastos, levantado entre 1873 y 1885 por José Esteve y donde este material permite crear espacios amplios y luminosos.
La Bodega de la Concha de González Byass supone otro ejemplo representativo, quizás el más audaz y llamativo que conservamos. Víctima de falsos mitos por su carácter excepcional, hoy gracias a José Manuel Aladro Prieto y al propio Caballero Ragel sabemos que se concluyó en 1870 y que fue diseñada por el ingeniero británico Joseph Coogan. Sobre sus muros curvos se alza una impresionante cubierta con linterna central y compuesta de vigas que crea un interior diáfano, moderno y rompedor dentro de su contexto bodeguero.
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