Análisis

Juan luis Vega

La 'historia' de la mermelada de naranjas amargas de Jerez

John Mackenzie era un escocés orondo, simpático y muy enamorado del vino de Jerez. A mediados del s.XIX trabajaba como vendedor de una firma distribuidora de vinos en Bristol, Inglaterra, donde veía llegar las goletas cargadas de sherries jerezanos que desprendían un aroma casi insultante, después de menearse durante su andadura atlántica en el interior de sus botas. Una fragancia que casi llegaba a perturbar su sentido del olfato, repetía una y otra vez a sus cercanos clientes londinenses. El joven John estaba tan enamorado de ese maravilloso olor que pensó que en ello se hallaba la oportunidad de su vida, crear su propia bodega en el mismo Jerez y un día soltó sus amarras de la Gran Bretaña y se embarcó rumbo al sol. Encontró una tierra rodeada de colinas blancas repletas de cepas retorcidas y de hojas tan, tan verdes que le recordó los valles de su lejana Escocia, donde no volvería nunca jamás.

Pero como estaba tan obsesionado con el tema del aroma, lo primero que percibió el tal John Mackenzie y cuando llegó a Jerez a mediados del mes de marzo, fue el perfume del azahar de los naranjos amargos que cubrían casi todas las calles de la ciudad y que se mezclaban exageradamente bien con la fragancia de esos vinos que él conocía perfectamente, pero que ahora emanaban a borbotones por los ventanales entreabiertos de sus bodegas de todo ese pueblo.

Las calles de su nueva residencia estaban soberbiamente empedradas, sus aceras enlosadas lucían decenas de plátanos de paseo y sobre todo muchos naranjos. Bajo la sobra agradable de esos árboles transitaba un enorme gentío y por las calzadas adoquinadas circulaban carros llenos de botas de vinos, reatas de mulos cargados hasta las trancas con chapas de corchos, berlinas y calesas tiradas por corceles tordos y castaños de gran belleza.

Todo era color, olor y sabor en aquel Jerez que recibió a John con los brazos abiertos, un escocés que notó enseguida que aquella ciudad era como una hermosa feria, una envidia de lugar, pero sobre todo llena de riqueza, ingenio y donde se notaba el arte y la sal de la vida por sus cuatro costados.

Evidentemente había acertado plenamente en la elección de su nueva residencia y ahora se disponía a poner en marcha todo lo que él había imaginado para su futuro: levantar una gran bodega y producir esos vinos tan generosos, tan olorosos.

Pero enamorado también del aroma de aquellos naranjos pensó que sus parientes británicos, tan amantes de los desayunos y del "tea con pastas a las cinco de la tarde", apreciarían y comprarían, no solo sus vinos, sino también una mermelada elaborada con esos frutos amargos que no solo abundaban, sino que embellecían casi todas sus calles.

La confitura de naranja amarga tenía la gran propiedad de mezclar tres sabores perfectamente ensamblados: dulce, amargo y ácido, algo verdaderamente único, pero que embelesaba a sus antiguos paisanos. Así que al mismo tiempo que montaba su bodega en El Ejido levantó una pequeña fábrica para elaborar y envasar la marca de mermeladas :"Mackenzie", "Sherry orange jam", con el objetivo de diferenciarla de las elaboradas y apreciadas confituras sevillanas.

En las contraetiquetas de sus envases de cristal rezaba:" Esta mermelada está elaborada sobre la base de tres productos naturales, las naranjas amargas de las calles y plazas de Jerez de la Frontera, la ciudad española mundialmente conocida por ser la productora y criadora del Sherry, el mejor vino del mundo, cáscaras ralladas de las mismas y azúcar blanca obtenida del cañaduz de la costa oriental de Andalucía".

Y se añadía:" En la fabricación de esta rica mermelada, hemos puesto el mismo esmero y ternura que dedican los criadores jerezanos a su extraordinario vino". En este delicado confite, encontrarán una mezcla de sabores inigualables, pero también los aromas del azahar andalusí, los recuerdos de un pasado insólito, el exotismo de esta tierra y la poesía y el embrujo de los hombres que la confeccionan con sumo arte, tan solo para ti".

La mermelada de naranja amarga "Mackenzie" tuvo un éxito extraordinario en el mercado británico de la época. Los pedidos se multiplicaban cada día y se embarcaban rumbo a las Islas en compañía de los vinos de la casa y en las veloces goletas que partían, por decenas, desde el puerto jerezano de El Trocadero.

"Mackenzie- Sherry Orange Jam", se convirtió en uno de los productos estrellas de las tres tiendas más sofisticadas de la época en Londres, Harrods, Selfrigdes y sobre todo de Fortnum & Mason, la tienda de lujo del 181 Piccadilly, St. James´s.

Como reconocimiento al fruto de ese árbol, el escocés construyó en el interior de su bodega un "Patio de los Naranjos" un espacio que recordaba al existente en la Catedral de Sevilla y a la Mezquita cordobesa, pero con muchísimo más sabor y, sobre todo, lleno de un olor, un "blend" inimitable y a la entrada de cada primavera, al mezclarse con los efluvios aromáticos de sus vinos.

Cuentan que John Mackenzie llegó a obsesionarse tanto con la belleza de estos árboles, repletos de bolas durante todo el invierno, que en sus últimos años de vida dedicaba horas y casi días enteros contemplando su patio "escocés y jerezano" y se sabe que los visitantes que recorrían en tropel su bodega se extasiaban al contemplar la fruta colgante en pleno invierno y que exclamaban con frecuencia: "Seguro que en el edén olía como en este patio", lo que enloquecía de orgullo al bueno de John.

Pero también se conoce que Mackenzie, antes de fallecer, parece que se arrepintió de haber creado su célebre "Orange Jam" porque consideró que nunca debió recolectar su fruta antes de tiempo, a esas naranjas tan maravillosa que hermoseaba a su ciudad y que dejó escrito en su testamento: ¡Qué jamás se recolectaran las naranjas de las calles para sus mermeladas hasta la segunda quincena de febrero, justo un mes antes de que floreciera ese azahar que llenaba a toda la ciudad del asombroso aroma que le conmocionó, que le cameló igual que aquellos gloriosos vinos de su juventud"!

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