Perspectivas estables en las divisas
Leer por leer
Leer no siempre es bueno. Tenía yo un pariente muy leído que cuando nos visitaba resultaba estomagante. Así que se iba, mi madre se preguntaba: ¿cómo se puede ser tan tonto con todo lo que ha leído? No digo que no haya que leer ¡lejos de mí tal pensamiento! digo, que ha de hacerse con sentido. Leer por leer es un mito que se han inventado los editores. La falta de lectores no le da más envergadura al que lee. Las bondades de la lectura reclaman la atención del lector tanto como su entendimiento; de lo contrario puede ser pernicioso. Una palabra tras otra es sólo palabrería si a los fonemas no se les aplica sindéresis.
Leer tiene que ser un acto de amor en que las palabras lleven significado, y vida, si fuera posible. Los ojos del lector han de llevar pasión en lo que hacen, si no se quiere llegar al tedio, como tantos cuerpos que sólo se rozan, pero no se sienten. Un libro es una amante provocadora que se pasea insinuante y atractiva, sin imponerse, hasta hacernos caer en las envolventes redes de su placer. Y si lo consigue, ya nada ni nadie puede librarte de su trampa. Como si fuera un sacramento indeleble, crea carácter.
Hay que tener cuidado, por tanto, a quién se trata y con quién nos damos consentimiento; que hay mucho perverso suelto por el campo de Agramante. No todo el que lee es bueno, ni la lectura es la panacea ética. Hay lectores a los que conviene echarles de comer aparte, que, de tanto leer sin concierto, quedan tarumbas. ‘De poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro’ dice Cervantes, que fue como Alonso Quijano se volvió loco ¡bendita locura! Aunque, no es a esta chifladura a la que quería referirme; sino a la que vuelve necio. Hay monstruos que han sido unos apasionados lectores.
Leer, por tanto, no lo es todo: contribuye a crear buenas personas, o a alimentar el camino de la perdición. Depende. Que haya que leer no lo pongo en duda, si previamente sabemos qué y cómo. Quien traga todo lo que le echan termina padeciendo cólico. Conozco individuos con diarrea mental por esta causa: se dicen académicos y manchan todo de palabrería, discursos y sermones, de tanto haber leído sin medida ¡Tente necio! habría que increparles, como hizo San Juan de Sahagún a un morlaco que causaba pavor por Salamanca. Hay un mantra: ‘hay que leer’. Nada que objetar; pero toca cuando toca.
No se puede atosigar a la gente con la lectura. Primero hay que prohibirla. De otro modo ¿cómo vas a causar afición y deseo? Tuve un agudo maestro en el Colegio de Sarria, Mateo Alonso, que, sabiendo de nuestra poca inclinación a la lectura, puso una sección de libros prohibidos en la biblioteca. Ni qué decir tiene que todos fueron bebidos, más que leídos, con fruición y apasionamiento. Tanto como leer hay que saber qué. No todo es aceptable. Yo, por ejemplo, tuve una temporada en que leía majaderías y me volví liberal y progre ¡Cuidado con lo que se ingiere! Te puedes volver vaticanista o sede-vacantista. Cabe todo.
Aconsejo leer bien, con inteligencia; si te inclinas por lo bueno, que sea por amor, que es el único modo como se aprende algo y se goza mucho. Leer malos libros trae malas consecuencias, como las malas compañías que te llevan por el camino ruin. De ser así más vale ser analfabeto que letrado. Un analfabeto contendría virginidad e inocencia; pero una mala lectura podría dañar el cerebro con sus partículas tóxicas, en cuyo caso sólo tendría enmienda con lobectomía.
Para determinadas ideas conviene estar preparado, tener un resorte que amortigüe la pesada cascada de despropósitos que se contienen en algunos tomos. No me refiero a la Antología del Disparate, que, en todo caso, te haría pasar un rato estupendo, sino a todos aquellos que bajo tapa de sesudas reflexiones cuelan ideas y opiniones beodas. Libros que deberían estar intonsos y andan por los anaqueles de las ideologías al uso. De ningún modo quisiera ser inquisitorial, pero conviene decir que la lectura selecta aportaría más que la que se toma al alimón, sin criterio ni discernimiento alguno. Pasa, otro tanto, con el uso del móvil en manos de un infante, que puede causar estragos y violar la mente de quien es inocente ante los perversos estímulos externos.
Hay gente mala que lee buenos libros y buenos que se dejan influenciar por libros malos. Quiero decir que conviene examinar las cosas para dejar las malas y abrazar las buenas, aludiendo a lo de San Pablo: Omnia autem probate: quod bonum est tenete. (1Tes 5,21) Leed, sí, por supuesto; pero no leer por leer, que puede embotar la mente y contaminar el corazón. Conviene espulgar ideas, esculcar entre tanta bazofia que hay editada; porque no todo contribuye ni a la finura ni a la formación del espíritu. Hay gente menesterosa de mente que, por causa del bodrio que han leído, se encuentran ahora en estado de pensamiento obtuso. No tienes que hacer sino mirar a quienes gobiernan los quehaceres del mundo, con cuánta precariedad andan en el pensamiento, y qué son capaces de hacer, o deshacer casi siempre.
Que la lectura sea tu fiel compañera, apacigüe tu soledad y aconseje en tu camino. La lectura es la amante perfecta, ilumina las noches oscuras y acaricia en la tormenta del alma. Que comparta tu soledad, y nunca te dejará solo. Os dejo con Alfonso X el Sabio: “Quemad viejos leños, bebed viejos vinos, leed viejos libros, tened viejos amigos”. Todo con discernimiento ¡claro!
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