Ami amiga Matilde la conozco de toda la vida. Con ella mantengo conversaciones en donde me comparte profundas reflexiones. Los tres últimos años ha estado luchando contra un cáncer que no tiene cura y que, pese a los tratamientos, ha empeorado. Esto la ha colocado en una situación vulnerable en la que lo único que puede esperar es que llegue el final.

Mati, como la llamamos, es católica. Lo ha sido siempre y nunca se le ha ocurrido alejarse de sus creencias. Por ello, suele hablar con sacerdotes que la guían en su proceso espiritual. Uno de ellos le dijo que Dios la estaba exprimiendo como a un limón. La imagen utilizada le pareció muy acertada y sintió curiosidad por conocer a dónde iría a parar el zumo que seguramente estaba destilando, porque el sufrimiento, convertido en gracias, debe ayudar a los demás. Sin embargo, sabedora de que no hay respuestas, opta por no hacerse preguntas, menos sobre el por qué y el para qué de su enfermedad.

Asegura que cuando esté en la presencia de Dios todo quedará claro. Entonces podrá ver como los designios del Señor, por descabellados que parezcan, cobran sentido y se tornan diáfanos. Mientras no llegue ese momento sólo le queda aceptar de buen grado Su voluntad.

Esa es la fe, me dijo, confiar en que Él hará con nosotros lo que más nos convenga sin que lleguemos a comprenderle. La fe, añadió, es un abandono total en Dios, es entregar toda nuestra confianza a su amor salvífico. Es adherirse a Él manteniendo la inquietud apaciguada para que lo divino pueda expandirse en el alma sin ruidos de por medio.

Esta entrega a Dios tiene que ser total e incondicional, no hay lugar para los tibios, ni para los que quieren tamizarlo todo con la razón. La fe es entrar en una dimensión en la que lo humano y lo sobrenatural se abrazan permitiendo que el Todopoderoso actúe en nosotros.

Mati se irá. Pero vivirá en el corazón de todo aquél que la recuerde, de todo aquél que haya recibido algo de ella. Será una forma de permanecer entre nosotros.

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