Que las Hermandades no responden al guión de una película Western lo demuestra el hecho de que al final no ganan lo buenos. Cuando en la pantalla aparece el crepuscular THE END, han ganado los malos. Pero… ¡Ojo!, el malo no es el peor, es el mediocre. Y…¡Cuidado!, el bueno no es el bondadoso, sino el responsable. Por ello la fauna cofrade está llena de peores responsables y de bondadosos mediocres. Conclusión: los buenos pueden ser malos y los malos puede ser buenos.

Nadie es, en estado químicamente puro, ni bueno ni malo. Quién más bondadoso parece puede ser capaz de asestar treinta puñaladas mortales a su esposa, sin previa orden de alejamiento; y quién más macho Alfa aparenta se rila ante la primera dificultad o canta el Romance de Valentía de Don Rafael de León, con peina y bata de cola. Ciertamente, todos llevamos dentro la bondad y la maldad, el cielo y el infierno, el pecado y la virtud, el yin y el yang.

Al malvado lo quiere su madre y de buenas intenciones está lapidado el suelo del infierno, a decir de la Santa de Ávila. Queda claro que las circunstancias son las que sacan de nosotros lo bueno y lo malo que llevamos dentro. ¿Pero qué tiene esto que ver con las Cofradías? Mucho, todo...

Si la bondad lo impregnara todo acabaría con ella misma. Lo bueno es reconocible por contraste con lo malo. Para que haya buenos cofrades es imprescindible que los haya malos. Y los hay…numerosísimos. Pero no siempre es fácil distinguir la bondad de la maldad.

El bueno común que se cree bueno suele tener por máxima no enemistarse con nadie y hablarse con todo el mundo. ¡Cuidado! No repara que si se habla con todo el mundo también le habla al mal. Y que si es capaz de votar a todo el mundo, puede acabar encumbrando como Hermano Mayor, a un verdadero hijo de satanás. Lo bueno no es hablarse con todo el mundo sino decirle a cada uno lo que merece, de modo inmisericorde. Huye del que a todos trate pues, ni siente ni padece. Domina como nadie el arte de la puñalada trapera. Ciertamente, es malo.

El malo profesional no deja de ser un listillo flojo. El que ejerce de malo está permanentemente en estado de enojo. Todo le molesta y por todo protesta. El exasperado es un malo necesario, no sólo porque permite que el bueno brille al compararlo sino porque, como su estado es permanente, siempre dispondremos de él como sparring. En los cabildos, ya sean generales o de oficiales, cuando fuere necesario abroncar o reprender a alguien, sería conveniente desplegar un plóter con uno o varios de estos especímenes, a fin de que los Hermanos enojados esputaran sus sapos y culebras sobre ellos, en vez de hacerlo sobre otros buenos.

El bueno irresponsable es tremendamente maléfico. Cuántos en la Hermandad, con una sonrisa ingenua, se comprometen a hacer cosas que nunca harán. ¡Yo me ocupo!, ¡Yo me ocupo! Y no se ocupan de nada. Al final, no hacen su trabajo y desmerecen el de los demás, que queda afectado por su irresponsabilidad. El bueno común que se habla con todos, también se habla con éstos y por ello es malo. El malo profesional que protesta por todo, protestará por esto y lo convertirá en bueno circunstancial.

Por ello, tras meditarlo convenientemente, el bueno es el que trabaja y el malo el que se rasca la panza. Las Cofradías han sido, son y serán por sus hermanos trabajadores, a pesar de que convivan necesariamente con otros que siempre encuentran una excusa para no hacerlo.

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