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Miopía del opio
Muchas veces tenemos las cosas tan cerca de nuestros ojos que no las sabemos observar con claridad. Por la falta de concentración o por una hipermetropía galopante que dificulta la agudeza visual de cerca. Sea como sea, lo cierto es que nos resistimos a ver cosas que son de cajón. Últimamente aparecen pisos dedicados a la producción de drogas y estupefacientes con bastante frecuencia. Son vecinos que tiran por el camino de la ilegalidad para conseguir beneficios a sabiendas de su riesgo y con pocas preocupaciones por la salud de los demás. El contrabando, el menudeo y los pisos de marihuana son protagonistas de un mundo que no es tan extraño ni tan lejano. Cada fin de semana aumentan las quejas por los botellones improvisados de nuestros jóvenes y el alto índice de incivismo que conlleva. Son personitas en busca de razones que se ahogan en alcohol por culpa de su fragilidad. Por no hablar de lo que todos sabemos de otras sustancias que tienen el riesgo por montera y la perversión mortífera de la salud de los consumidores por bandera. Son las nuevas drogas que se esconden en discotecas o en las movidas de todo tipo, que abastecen sin vergüenza a quienes creen tener derecho a matar sus propias neuronas. Lo curioso es que, tras siglos de pócimas y sustancias, nuestra civilización siga subida al barco de la ignorancia con todas las sustancias alucinógenas que hay por doquier. Es tan real como inquietante, porque demuestra una falla de nuestra sociedad en relación con la fuerza mental y con la permisividad de las sustancias que no se ajustan a los cánones que, con o sin razón, se han estimado presentes en el desarrollo humano. No es sino la búsqueda de lo desconocido para que lo de la cultura como el opio del pueblo sea una realidad y las civilizaciones sigan a lomos del caballo de la mentira. Y sobre todo, porque hay gente que se beneficia.
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