El parqué
Continúan los máximos
Tiene que ser difícil creer en lo que se dice o se anuncia por todos lados en plena llegada de otoño cuando septiembre entra en la edad de prejubilarse. Los medios hablan de cambio estacional, de bajadas de temperaturas, de vuelta al colegio, de vuelta a la rutina y vuelta a los gimnasios, pero lo cierto es que, salvo raras excepciones, todo sigue igual. Procesiones para seguir en la línea mercedaria de una ciudad llena de contradicciones ético religiosas, cambios de flotas de autobuses que están más desdibujados que su propia existencia, disputas políticas para no perder la costumbre y problemas recurrentes con los apartamentos turísticos de ciudades que han optado por el turismo como única fuente de ingresos.
De incongruencias estamos rodeados. Quizás porque cuando se piensa en cómo mejorar las condiciones de vida, prevalecen criterios económicos inviables y falta de energía para trabajar y desarrollar proyectos que valgan la pena para cambiar las cosas para mejor. Pero, podemos confirmar que estamos en números rojos gracias a los aranceles que pagamos en deudas por todos lados y andamos no muy boyantes en las arcas públicas y además sin muchas ganas de trabajar de manera eficiente y eficaz sino al contrario, prefiriendo seguir encadenados a las subvenciones y las paguitas, lo cierto es que en el quehacer diario no se observan demasiados brotes verdes sino más bien hortalizas oscuras marchitadas en todos los aspectos.
No avistamos muchas soluciones, no presumimos que puedan darse recuperaciones ni mejorías ni hay signos que indiquen que todo pueda ser diferente para un invierno duro, con guerras enquistadas, con problemas de combustible, con disputas comerciales por el gas o el trigo. Sea quien sea el culpable, lo cierto es que aquí alguien se está cachondeando de alguien, y mucho nos tememos que nosotros no somos.
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