Desde la espadaña

Felipe Ortuno M.

Padres tóxicos

27 de agosto 2025 - 03:05

Con los años y un poco de inteligencia, los problemas afectan poco y te descolocan menos; a no ser que lo que oigas y veas sea de tal envergadura que se te fundan los plomos. Pasó, mientras paseaba por prescripción facultativa, que di con un parque infantil. ¿Quién no se resiste a observar las hazañas y travesuras de los niños que dan tanto asueto al espíritu? Y fui testigo de lo que, según me han dicho después, suele ser habitual: un padre desabrido hablándole mal a su criatura. No daba crédito a lo que oía ¿se puede ser tan energúmeno con una personita tan inocente? No reproduzco lo que decía. No es preciso.

Desafortunadamente, algunos progenitores (A-B) van más allá de los simples errores y dan ejemplos letales que perjudican seriamente al crecimiento emocional de sus hijos. ¿Qué le quedará a este niño grabado en su corazón? Los padres tóxicos existen y sus conductas y malas formas tienen repercusión en la psiqué de sus hijos. Es así como ciertos comportamientos posteriores se explican cuando conoces el percal de quien ha educado. De padres gatos, hijos mininos. ¡Demasiado poco ocurre! ¡Qué importante es el ejemplo para el futuro de los hijos! Se puede ser exigente, pero no demasiado.

Hay padres que quieren la perfección que ellos no tienen y proyectan sus frustraciones en la descendencia ¿Qué consiguen? Trasmitir trastornos mentales. Porque las patologías no sólo son genéticas, también educacionales. De hecho, la psicología observa y estudia las formas de organizarse en sociedad, y la familia, claro está, es uno de los elementos más importantes. Las hay de muchas maneras y formas: monoparentales, numerosas, estructuradas, desestructuradas, felices, apáticas, democráticas, autoritarias…y todo eso influye en la personalidad de sus miembros. Siendo esto así, hay, sin embargo, límites y barreras que no se pueden rebasar.

En aquel momento hubiera deseado que al padre le cayese un meteorito. Confieso que callé, que callamos todos, por miedo a que aquel basilisco la hubiera emprendido a mandobles con nosotros, o que la ley (¡oh! diosa del olimpo) cayera sobre nosotros a la inversa. Así andan las cosas: cada mochuelo a su olivo. ¡Qué pena!

Quiero decir que hay padres manipuladores hasta tal extremo que trastornan y dañan profundamente a sus hijos. Padres autoritarios, controladores hasta el punto de dejar a los hijos hechos una marioneta de guiñol. Se puede tener autoridad, y es conveniente, si no se convierte en intransigencia. Incluso abogo por una recuperación de la misma en todos los aspectos de la enseñanza para no caer en la blandenguería estúpida e insustancial. Pero eso requeriría de una más larga consideración que precisa otro momento.

Intento decir, después de la desagradable experiencia vista en el parque, que los padres autoritarios no pueden desestimar las necesidades y emociones de sus hijos, que su inflexibilidad e intolerancia crea monstruos como ellos. Así lo dice la experiencia y lo corrobora la mínima psicología social: la desproporción en la educación causa más problemas que aciertos, sin duda. La agresividad de este sujeto para con su hijo me produjo desazón. No he dejado de pensar en esa pobre criatura que ha de seguir al lado de semejante energúmeno, ese niño, como tantos otros, que vienen al mundo metidos en la jaula de padres irresponsables que, a base de maltrato físico y verbal, troquelan llagas indelebles en el corazón de sus hijos.

Aunque cueste creerlo, existen: otra pederastia, si cabe, tan grave como la del abuso sexual ¡Qué locura! ¡Cuántos inocentes expuestos a la arbitrariedad de las conductas tóxicas de los padres! Se puede ser poco afectuoso, demasiado críticos, poco comunicativo, pero de ningún modo violento como para culpabilizar a los hijos de las propias frustraciones. Los hijos necesitan cariño. Ese es el alimento imprescindible que todo lo ampara. Toda otra cosa será necesaria, pero no tan imprescindible como la dulzura y el abrazo. Los modelos familiares que no tienen esa estructura amoroso-afectiva en sus relaciones interpersonales exponen a sus hijos a futuribles problemas. Donde no hay amor, no hay nada que sustente a la persona. Todo ha de estar supeditado a éste; si no queremos crear máquinas insensibles y patologías de difícil solución.

Serían muchos los consejos que podría dar a este respecto, pero basta con poner en práctica la paciencia y la escucha activa. Sí, digo activa, para que en la conversación con el niño no te distraigas, le prestes atención hasta dejarle expresar todo lo que quiere. De eso se trata, de que se sienta escuchado y querido, porque, en ese momento en el que estáis con ellos, nada hay más importante ni tiene tanta urgencia como la de moldear su corazón con mirada acogedora y oído atento. Sólo eso, nada más. Deja que sus ojos como platos se llenen de ti. No le descalifiques mirando los mensajes del móvil, que parecería que él no es importante. Atiéndele; escúchale; dale importancia. Porque la tiene, y mucho.

No he tenido hijos carnales, pero he tenido alumnos con los que empatizar, personas a las que enseñar y corregir. De cuanto he hecho en mi vida, sólo una cosa recuerdo con cariño: la ayuda que he podido prestar para soñar y el cobijo que se me ha permitido ofrecer en mi docencia heterodoxa. Cualquier otra cosa ha pasado al olvido. No importa. Porque no hay razón más importante en la vida que el bien que hayamos podido hacer los unos por los otros habiendo tendido una mano a las estrellas ¿Qué decir si además eres padre o madre? Sólo el amor salva a las personas, sólo el amor educa y conduce. Amor y Pedagogía, diría Unamuno. Encontrarme por la calle con padres tóxicos, me produce una honda tristeza…

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