Desde la espadaña

Felipe Ortuno M.

Pasear aprovechando

16 de julio 2025 - 03:04

Soy un gimnasta en el arte de deambular a mi aire. Me cuelgo en el tiempo que me apetece y, sin más orden que el de los sentidos, me esparzo por las avenidas de la ensoñación. Cualquier calle me sirve, cualquier camino me acoge y en todos encuentro la dirección exacta para el corazón. No tengo más propósito que no tener ninguno. Lo mismo me da salir hacia poniente que a levante, dejando que el instinto ponga la brújula de los perdidos. Es ahí donde me encuentro a gusto, donde me hallo sin haber buscado, como si ‘la vida saliera al encuentro’, que decía J. L. Martín Vigil, en aquellos años adolescentes en que me emborrachaba con sus libros.

Camino, en el sentido machadiano, por las veredas que se me antojan, pensando ensoñaciones ridículas, reflexiones agudas o locuras insustanciales, navegando ‘por mil mares y atracando en mil riberas’. Pasear así ayuda a conectar con el semillero de las ideas, con los brotes imperceptibles que llevamos dentro. No pretendo nada más, no deseo otra cosa que tomar conciencia de mi propia ebullición interior ¿para qué más? La ciudad, las calles, los rincones, las fachadas se trasforman en verdaderos interlocutores surrealistas: hablan, me cuentan, susurran con un lenguaje ágrafo las pulsaciones del corazón. Es pura sugerencia la que me acompaña en el paseo, pura respiración de múltiples aromas.

Casi me atrevería a localizar con el olfato los lugares por donde paso, como un sabueso en busca de satisfacción. Porque no hay sitio que no esté henchido de sentidos, que no tenga su peculiar modo de estar en el mundo: una calle cualquiera, un cubo de basura, un papel extraviado por el suelo con una inscripción rota de algún amor perdido… Todo lleva su lenguaje, su ser que pasa junto a ti o se detiene para decirte algo insospechadamente hermoso.

Pasear tiene eso, que te ayuda a ver pasar la vida: un juego de petanca, una madre que regaña o acaricia, un anciano solitario, un rico lleno de avaricia o un pobre pleno de generosidad. La vida y sus cosas ¡Las cosas! Todo: ensoñaciones de la verdad o de la mentira ¿alguna diferencia? vida, al fin y al cabo. Confieso que en algún momento me gustaría congelar el tiempo, regodearme en él y profundizar sutilmente en su sentido, pero pasa volando, resbala del entendimiento, como si fuera una cucaña engrasado imposible de asir…pasa, pasa inexorablemente, a mi pesar.

Hay ilustres caminantes que contaban historias de sus caminatas, Machado, por ejemplo, que ‘hizo camino al andar’. Probablemente caminar sea el gesto humano más arcaico que exista, hay detrás de la lentitud de los pasos la reflexión de la experiencia, la medida de la libertad, capaz de llevarte a ese lugar sorprendente en el que su función tenga que ver específicamente con nada: andar por andar, así, nada más. Ser paseante ayuda a contemplarlo todo, montar tu propia película: las historias de quienes pasan; las caras de los que miran; los indiscretos enamorados que se besan; de quienes ríen o lloran a tu paso.

Toda la vida en un paseo, todo el encanto del misterio que se trasluce detrás de una ventana, del jardín florecido o la rosa marchita, la fuente cantarina o el alcorque sucio de un árbol olvidado; el séquito fúnebre también pasa, con su retahíla doliente, mientras la gente se santigua o se esconde queriendo ahuyentar el mal fario que da pasar a su lado; y unos niños jugando como si nada pasara…Caminar sintetiza principio y final, como si el presente y el futuro se fueran concibiendo, como si se recapitulara la vida entera en cada paso.

Me he convertido en una especie de observador solitario de las calles, he hecho el experimento conmigo mismo en esa senda abierta que todos llevamos en la imaginación. Hoy me he escapado de tantas urgencias que no nos dejan mirar y he querido reinventar mis propios paseos, dejar las prisas para disfrutar de cuánto me rodea, sin prejuicios, sin orden, sin concierto, así, como salga, como son mis paseos anárquicos, como una vía abierta al infinito en lo que se convierte las insignificancias de la vida.

Hacer de todo, vida, darle sentido y meterse de lleno en la naturaleza de las cosas. Hasta el silencio habla, cuando te abres al mundo y te dejas encontrar contigo mismo. Los paisajes terminan siendo parte tuya y la soledad desaparece. Ya nunca te vuelves a encontrar vacío. Todo te acompaña, hasta la soledad acaba siendo la mejor amiga.

Cuando paseas así no te aburres, y, si ocurriera, nadie podría domesticar tu libertad, ni tu ocio ni tu descanso. Podrás respirar en cualquier espacio y disfrutar de cualquier cosa. Nadie podrá arrebatarte la capacidad de ser libre en medio de la naturaleza. Pasear, por tanto, es algo más que mover músculos para la salud, es conseguir que la mente ande más allá del suelo y vuele con los pájaros de la imaginación.

Yo paseo para domesticarme, para salir del cuerpo y vestir el alma de los colores del carnaval. Naced a pasear, brotad en medio de la lluvia, en la ventisca incluso, y convertíos en expertos caminantes del espacio, en astronautas de la perspectiva, en giróvagos de la existencia, hasta exprimir el jugo que tiene el árbol, la acera, el asfalto, o la última estrella que siempre aparece en el horizonte de cada día. Será el modo en que mente, cuerpo y mundo se alineen en una misma fracción de realidad. Nos habremos reconciliado con la naturaleza y, acaso, callejear podría convertirnos en otra persona, o en un nuevo estado de la mente; con tal que no haya cuarenta grados a la sombra…

stats