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Hemos oído del presidente de la Junta de Andalucía, -para todos Juanma-, los problemas que ha tenido para conformar el nuevo gobierno autonómico. Parece ser que muchos de los candidatos le han dado calabazas porque huyen de la política, como el gato del agua. Ni los sueldos seducen, ni compensa el sometimiento personal y familiar a la picadora de carne humana en la que se han convertido las tertulias políticas o los programas de corazón, que al fin y al cabo, son palos de la misma baraja. Añádase que judicializar la política se ha convertido en una estrategia natural y, no sería de extrañar, que además padecieran alguna investigación criminal sobre sus quehaceres.

Puede parecer obvio que la política es para los políticos, pero no tendría porqué ser así. De hecho, los políticos profesionales saben de política y lo demás no es relevante. La ministra de Hacienda es médico y la de Transportes, licenciada en derecho. No hay otro mérito que medrar en el partido y que el jefe les apunte con su dedo incorrupto.

En un pensamiento Alicia, es decir, en el ingenuo país de las maravillas, podríamos pensar en un gobierno servido por los mejores. Ciudadanos destacados en cada campo que dedicaran unos años de su vida a la cosa pública. Cuatro años, por ejemplo, excepcionalmente prorrogables por cuatro más y sanseacabó. Vuelta a la vida real.

La retribución no sería problemática. A este político del país de Alicia se le pagará la media de lo que haya ganado en la vida real, ni más ni menos. Porque si el político cobra diez veces lo que valdría en el mercado laboral, se convierte en reptil del dedo del jefe y mata por no irse. Si no pueden acreditar ingresos anteriores porque solo trabajaron para el partido, será de justicia garantizarles el salario mínimo interprofesional, aunque no lo valgan.

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