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Esta semana se celebra la festividad de uno de los santos más populares, San Antonio de Padua. Nacido a finales del siglo XII en Lisboa, su vida transcurrió básicamente a lo largo del primer tercio del XIII. En sus últimos años acabó recibiendo el hábito franciscano y ejerciendo su labor religiosa en Italia, donde adquiría fama por sus predicaciones y milagros y donde fallecería, en concreto en Padua, ciudad en la que se conservan sus restos.
El Barroco supuso un gran impulso a su veneración. De hecho, en Jerez de manera mayoritaria las piezas artísticas que lo representan se hicieron en ese periodo. Como es lógico, muchas estuvieron en conventos de las distintas ramas procedentes de la orden de San Francisco de Asís pero, ni mucho menos, se limitaron a estos cenobios. Al contrario, raro fue el templo donde no hay o hubo una imagen del santo. Hagamos un breve repaso por algunas de las más interesantes.
Se podría empezar por la que se encuentra precisamente en la iglesia de San Francisco y que llegó a ser titular de una hermandad fundada en 1629, momento en torno al cual se debió de tallar. En este sentido, responde al estilo tardomanierista de uno de los escultores más activos de la época en la zona, Francisco de Villegas. La iconografía, la habitual con la vara de azucenas y el Niño Jesús en las manos. De la misma manera aparecerá en una curiosa pintura que se halla en la sacristía de San Miguel, que sería también del XVII y que incorpora un paisaje de fondo y, debajo, el retrato del donante, un anónimo caballero perteneciente a la orden de Malta.
Finalmente, dentro de la escultura dieciochesca podrían destacarse las tallas conservadas en el antiguo convento de Madre de Dios, la iglesia de los Descalzos y la Catedral, las dos últimas ajenas a la estética sevillana, conectando con otras escuelas, como la genovesa.
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