El parqué
Continúan los máximos
Un mismo santo, dos formas dispares de representación. Dos siglos distintos y dos personalidades artísticas diferentes. Uno ahora en la Catedral, aunque proveniente de la Cartuja, y el otro en San Francisco.
Hoy, festividad de San Simón y San Judas Tadeo, nos detenemos en este último, si bien ambos compartieron, según la tradición, origen familiar, su condición de apóstoles de Cristo y su misión evangelizadora y posterior martirio en Persia.
Judas Tadeo moriría decapitado. Es por ello que en la talla catedralicia porta en una de las manos el hacha. De este modo, ofrece su propio sacrificio mientras dirige una apasionada mirada hacia arriba, con una clara expresión de éxtasis, en ardiente deseo de unión espiritual con Jesús Crucificado, con el que parece que compartió ubicación en el ático del antiguo retablo mayor del monasterio de Nuestra Señora de la Defensión. José de Arce crea una figura con monumentalidad, solemne, y modela una anatomía a la vez vigorosa y mórbida, simplifica el pelo con maestría y produce efectos de luces y sombras en los amplios plegados de los ropajes.
En San Francisco, se presenta en la actualidad aislado en un altar propio, donde no faltan ramos de flores, pero se sabe que procedía del lateral de otro retablo desaparecido, el de San Antonio. Diego Roldán envuelve el cuerpo en un manto de ondulantes pliegues y le da una postura artificiosa. Lleva una lanza, atributo menos habitual, una errónea derivación de la más común alabarda. La cabeza, coronada por la lengua de fuego de Pentecostés, mira hacia delante recibiendo las peticiones de los fieles en su condición de protector en las causas imposibles.
La grandeza de un ejemplar del más exquisito arte de la escultura, digno de los mejores museos, frente a una imagen de ejecución más modesta que, en cambio, ha alcanzado una importante devoción popular.
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