Como dijo Goethe, "la ambición y el amor son las alas de las grandes acciones". Tener deseos y querer medrar en la vida es intrínseco de nuestra naturaleza. Nacimos y desde ese primer instante, nuestras células no pararon de desarrollarse, hemos crecido y evolucionado lo hayamos querido o no. La voluntad de seguir activa y proactivamente en ese camino forma parte de nosotros mismos tan profundamente como los designios aún ocultos de nuestro ADN.

Toda la humanidad deberíamos ser 'grandes ambiciosos' ya que eso requeriría una gran causa que nos guiara a través de la adversidad, que nos permitiera superar todo tipo de obstáculos y seguir con la frente alta.

Es una gran fuerza de empuje, de objetivos claros y concisos, de metas grandes y beneficiosas, y sobre todo de un deseo ardiente por lograrlo. Pero se ruega no confundir la buena ambición que mueve hasta montañas, con la codicia y la avaricia que son malas compañeras y a ellas no les importan los medios para alcanzar los fines.

La ambición es sana y gracias a ella logramos exceder nuestras propias expectativas. Es el deseo por superarse y llegar mucho más lejos. Nos empuja y nos motiva, es el motor de los emprendedores, de las personas de éxito y de los que han llegado lejos alguna vez en la vida. Es la energía de aventureros, de pioneros que fueron los primeros en poner la bandera en la cima de la montaña.

La ambición y la humildad van de la mano, ya que lo que pretende el verdadero ambicioso es no herir a nadie en el camino y brindar felicidad y bienestar a todo ser como sea posible.

El día que pierdas tu ambición, será el día en el que perderás tu rumbo al éxito y toda la esperanza de llegar lejos alguna vez. Siente la propulsión que mueve los motores de tu vida y se partícipe en la consecución de tus más altos ideales.

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