Conocí al gran Juan Luis Bretón, como no podía ser de otra manera, cuando fui invitado a su casa de Montealto para que conociera la magnífica colección de arte que atesoraba. Me volví loco con lo que allí pude contemplar, obras espléndidas de pintores vascos, un conjunto de piezas de cerámica bellísímas, pintura andaluza muy bien escogida y muchas obras salidas del exquisito gusto que existía en aquella casa. Allí conocí a Martxeli y comprendí como la absoluta bonhomía de Juan Luis Bretón se sustentaba en la armonía de una mujer extraordinaria. Formaban la pareja perfecta. Eran exquisitos, amables, anfitriones de primerísima categoría; te abrían las puertas de su casa y de su corazón.

Con ellos nadie podían sentirse sólos de tanta bondad y cariño como ofrecían. Allí, en poco rato me enteré de sus ajetreadas vidas, de sus periplos estacionales por toda Europa, con Juan Luis como embajador del vino de Jerez. Martxeli me hablaba de cuadros y de sus pintores favoritos. Tenia predilección por la obra un artista de Chiclana, Enrique Quevedo. Mostrando conocimiento y sapiencia.

Con Juan Luis hablé mucho de fútbol. Mis pobres alcances en materia de los caldos generosos no podían acercarme a los extensísimos horizontes de su sabiduría sobre el vino y hablábamos de nuestros amores futboleros. Compartíamos la afición por su pasión vasca de los Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza. Aquella vieja furia, de rancio abolengo y eterna fuerza goleadora. La mía era de barrio puro, del viejo Nervión donde, con Don Helenio, fuimos grandes: Bustos, Pepín, Campanal, Valero, Ruiz Sosa , Achúcarro, Aguero, Dieguez, Loren, Pereda y Zalai.

Juan Luis tanto amaba el fútbol que jugó casi hasta el final. Amaba al fútbol tanto como al vino, como a la vida. Era grande con los amigos, sutil en la empresa, sabio en los negocios; el hombre más amable y cariñoso que he conocido. Se ha ido feliz como siempre fue. Se ha acabado su historia vital pero ha dejado el eterno recuerdo del que fue grande y... bueno. ¡Por siempre Juan Luis Bretón !

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