Más Tenorio y menos Halloween

30 de octubre 2025 - 03:06

De niña, los mayores se esforzaban en hacerme distinguir el día de los Difuntos del de Todos los Santos. Ellos parecían tenerlo muy claro en sus trasiegos de flores, cementerios, misa… En realidad, para mí, ambas celebraciones configuraban una sola cuya duración superaba las cuarenta y ocho horas. El inicio era el momento en que mi abuelo nos hacía llegar una caja con castañas, nueces, las primeras manzanas y un aplaudido paquete de la confitería: la deseadísima bandeja de cartón y papel de blonda con unos perfectamente alineados huesos de santos, olorosos a almendra, chocolate y yema.

Lo cuento porque, tal vez, por eso hoy no me extraña nada que en el imaginario popular también se confundan el Día de los Difuntos y el de Todos los Santos. ¿A quién no le parece lógico que sus fallecidos más queridos y por los que fueron tan amados, se encuentren entre los santos no canonizados, y que ellos intercedan por nosotros y nos esperen? ¿No es eso la consecuencia de lo que nos enseña La Iglesia como “Comunión de los Santos”? ¿Quién no ha elevado una oración por el alma un difunto y poco después le imploraba alguna intercesión ante cualquier problemilla? En mi memoria, esos días repletos de paz y dulces incluían la cita teatral con el Don Juan Tenorio de Zorrilla, con el arrepentimiento del hasta entonces “burlador de mujeres” (“abusador” diríamos hoy), a causa de la intercesión de Dª Inés.

Pero esta forma de honrar a nuestros difuntos parece que ha sufrido desde no hace tanto tiempo la competencia disruptiva de zombis, brujas, esqueletos y unos caramelillos “al puñao”, obtenidos por extorsión de unas criaturitas que parecen disfrutar muchísimo jugando con lo más sombrío, burdo y truculento de la muerte, y con lo menos amable de las relaciones sociales: “truco o trato”, amenazan.

No, no es por nostalgia de la infancia por lo que esta nueva costumbre me disgusta; es por la dignidad de quienes han muerto a esta vida y a quienes seguimos pidiendo y esperando las gracias de sus intercesiones.

Cambiar por una farsa de truculencias el honrar a nuestros ausentes, y al D. Juan de Zorrilla que nos representa la Comunión de los Santos en todo su esplendor más generoso y triunfante es perder mucho. A mí me lo parece.

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