Por montera
Mariló Montero
Vox y Quasimodo
Airbnb es la plataforma soberana en el alquiler de apartamentos turísticos, una opción -hasta hace nada, excelente- para invertir en pisos de estadías de corta duración de visitantes del país o extranjeros, o bien para rentabilizar la propia vivienda a discreción. En Andalucía hay alrededor de 50.000 registradas. No pocas personas se embarcaron en préstamos hipotecarios y diseñaron un plan de negocio que de pronto ha explotado en el lado de los ingresos. El ataque del Covid-19 laminó el negocio al caer la demanda a cero, y en buena medida, tras el confinamiento, la débil demanda turista residual ha sido nacional y de preferencia rural. El aspecto del centro de las ciudades es fantasmagórico, los Se Vende y Se Traspasa proliferan, y la otra debacle, la de los apartamentos que desplazaron a muchos empadronados a los barrios más o menos periféricos, son otra cara, silente, de la caída de la industria nacional otrora más boyante y de pronto vulnerable como ninguna, su majestad el turismo, otro rey caído.
Mientras que las viviendas turísticas independientes no causaban excesivos problemas a los vecinos, aquellas insertas en una comunidad de vecinos estables causaban a éstos las normales molestias y recelos de no saber quién llega a tu casa unas 60 veces al año o más, gente distinta y desconocida, que a su vez desconoce los códigos escritos y no escritos de los condominios: cerraduras, ruidos, ascensores, telefonillos y mecanismos varios, horarios de trabajo frente a programas de turistas... Una normativa del tipo "disponga usted, señorito turista" o "bajada de pantalones", a la postre calamitosa para las ciudades y muchos inversores, anteponía los derechos del guiri interior o foráneo a los comuneros fijos o alquilados estables. Ciudades grandes -no por ser regidas por Carmena o Colau- le vieron las orejas al lobo, e intentaron controlar el desaguisado. Ahora, organismos como el ICTE promueven normas sobre registro, comunicación de huéspedes de ocasión a las comunidades de propietarios y vecinos, y de seguridad sanitaria. Esta misma semana, la propia Airbnb hace del vicio vírico virtud corporativa y anuncia que prohíbe fiestas en los alojamientos que gestiona, además de limitar el número de huéspedes, que en muchos casos era un número de birlibirloque: el pito de un sereno; en muchos casos, todo menos sereno. Esperemos que esta sensatez no sea coyuntural, y que el Covid-19, sí. Recuperemos el turismo, pero no en las casas de vecinos, salvo que la mayoría de éstos acepten el trasiego de desconocidos en sus rellanos, zaguanes, azoteas y ojopatios.
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