La esquina
José Aguilar
Las pelotas de Bildu
La colmena
Mateo Revilla llegó a la Alhambra en los años 80 con el título de comisario. Nada más pisar la Colina Roja, decidió prohibir los cócteles y las celebraciones. Se acabó la fiesta en el monumento más visitado de España. No tardaría mucho en levantar a todo el sector turístico: la conservación de los palacios nazaríes estaría por encima del negocio. 300 personas cada media hora.
Así empezó todo. El problema, entonces y ahora, es muy sencillo: la oferta de entradas no cubre la demanda. Hay mucha más gente dispuesta a ver la Alhambra -poco importa si llegan desde un crucero de Málaga o en vuelos desde Japón- de lo que permite el cupo de acceso a las zonas más sensibles. La globalización, la modernidad, también tiene un precio. Y, lamentablemente para las empresas que viven del turismo, las actuales políticas de gestión cultural tienden a imponer la preservación del legado a la presión lobbista.
Es verdad que luego está la letra pequeña. Por un lado, cómo gestionamos lo escaso, cómo garantizamos la equidad y cómo evitamos que unos cuantos se apropien del sistema. Más aún si tenemos en cuenta el precedente de la trama corrupta de entradas falsas que saltó en 2005 y desencadenó uno de los macrojuicios más dilatados de la justicia andaluza. Por otro lado, están los desafíos del día a día. Cómo evitar las aglomeraciones, cómo desestacionalizar la llegada de turistas, cómo diversificar y ampliar las opciones de visita y cómo mejorar la experiencia del público.
A partir de aquí se puede analizar si funciona o no el nuevo sistema de entradas nominativas que se puso en marcha el 1 de enero para los turistas individuales -se empezará a aplicar el 1 de mayo para grupos-, si se puede conseguir una mayor flexibilidad para las agencias de viaje y turoperadores, si hay medios alternativos de control y seguridad que puedan contribuir a frenar la reventa y si hay fórmulas de trabajo colaborativo entre las instituciones y el empresariado que ayuden a mitigar la "fuga" de viajeros.
De nada de esto se habla cuando la Alhambra salta al debate en el Parlamento andaluz. No hay argumentos por encima del relato político; hay críticas calculadas y reproches tacticistas. La Alhambra, como Sierra Nevada, vende. Captando turistas y atrayendo votos. Por mucho que se pongan los intereses del sector como coartada, vuelve a ser el PP contra el PSOE; Granada contra Sevilla. Y poco importan los problemas, las mesas de diálogo y las posibles soluciones cuando los partidos ya se han puesto en modo electoral.
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