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Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

Año 1956: el torero mexicano Carlos Arruza en la Feria de Jerez

Carlos Arruza, arropado por jerezanos, en una de sus visitas a la ciudad.

Carlos Arruza, arropado por jerezanos, en una de sus visitas a la ciudad.

La primera frase de esta columna hace las funciones de torilero. La faena depende de nuestro gusto por el Jerez de antaño. ¿Nos remontamos, por ejemplo, a la década de los cincuenta del pasado siglo XX? No acariciaré el fundón porque los estoques aquí no tienen cabida. El morlaco ya quedó en la plaza. Ahora toca la vuelta al ruedo de sendas fotografías que hablan por sí mismas. Con una locuacidad color sepia. Constituyen dos documentos periodísticos harto interesantes. Insistimos erre que erre en la luminaria de nuestra intrahistoria. Esta sección periodística así trabajará a fondo para estar al quite. Educar sobre nuestro pasado comporta una mirada venerable a favor de las nuevas generaciones de jerezanos en tanto, como asegurara Ramón Buenaventura, “lo inefable es lo que no se ha visto pero sí sentido”. Y el ambiente no vivido -por meras razones de edad- puede experimentarse desde los resortes de la imaginación con carácter retrospectivo. Todo es cuestión de sentido y sensibilidad. De extrapolación.

Dejémonos llevar por el encanto de la primera fotografía. Puro ambiente de Jerez en el clima taurino según el calendario de nuestra Feria. La nitidez de la imagen opera por aproximación. La alegría y la admiración se adivinan a tenor de los gestos y de las expresiones de cuantos jerezanos se han congregado en torno a una figura del toreo entonces lamiendo las mieles del éxito temporada tras temporada: Carlos Arruza. Hablamos del ciclón mexicano. Su estancia en Jerez hizo furor. Llamó poderosamente la atención. Reclamó el interés de sirios y troyanos. Era protocolario arropar a tan célebre héroe de la tauromaquia. Por afición y por educación. La ocasión la pintaba calva para no perder ni un solo segundo. La hospitalidad y las muestras de admiración recaían sobre el consustancial signo de caballerosidad tan propio de Jerez. Carlos Arruza recaló en varias ocasiones por esta bendita tierra peinada de campiñas.

Entre los jerezanos que acompañan al matador de toros encontramos, a la izquierda, a Manuel Camas y a su hijo Francisco -abuelo y padre respectivamente de Paco Camas, hombre de cultura, gran lector de poesía y anterior teniente de alcaldesa por el partido socialista-. Carlos Arruza -quien en Valladolid realizaba por primera vez el adorno denominado ‘el teléfono’ ante un toro de la ganadería de Pablo Romero- ahora, a pie, siempre bien parecido, risueño, sobre el albero de la Feria de Jerez. La imagen desprende bastante sabor a jerezanía. A sueldo ganado con el sudor de la frente. A simpatía y amistad. A sabiduría popular. A jornal y honradez. A bachiller de la calle. A marcas bodegueras. A catavino de saberes. Y, al fondo, una caseta con nombre de poca ojana: “El Pleito”. Otro Jerez, otra sociedad, otros focos.

Publicamos asimismo un cartel de cuando entonces. Toros en Jerez. Julio de 1956. Grandioso festival benéfico en el transcurso del cual se lidiarán 6 hermosos novillos de don Felipe Bartolomé y don Joaquín Buendía, antes Santa Coloma. Carlos Arruza, Diamante Negro. Jumillano. Paco Mendes. Guillermo Carvajal y Antonio Vázquez. Con servicios extraordinarios de trenes y autobuses. Y, siempre, para excelencia, González Byass -en el faldón publicitario-. Sin meternos en camisa de once varas, parece conveniente indicar que a Carlos Arruza se le atribuye el pase o suerte de muleta denominada la arrucina. Hay quienes incluso aseveran que este pase es una respuesta a la creación de la manoletina a cargo de Manolete. Corría el año 1966 cuando Carlos Arruza fallecería en un accidente automovilístico. Apenas contaba 46 años dos edad. Sirvan estas ilustraciones para rendirle un modesto homenaje siempre a pitón pasado.

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