HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Apariciones en Lourdes

El 11 de febrero de 1858, en la Francia burguesa, elegante y mundana de Eugenia de Montijo, Bernardita Soubirous, joven hija de un molinero de Lourdes y santa con el tiempo, dice haber visto a la Virgen en una gruta. Como es de suponer, nadie le hizo caso. La Iglesia es prudentísima en los tiempos modernos ante las manifestaciones de videntes que afirman entrar en comunicación con personajes celestes, porque, hasta hoy mismo, son muy numerosos en todo el mundo cristiano y no han faltado falsarios y engañabobos que han utilizado la fe de la gente sencilla para fines condenables. Las apariciones de Lourdes se sucedieron acompañadas de curaciones milagrosas que siguen todavía sin explicación, tanto fue así que el obispo de Tarbes terminó por reconocer que en el lugar ocurrían sucesos sobrenaturales. Al ver la Iglesia que nada de lo sucedido iba contra la fe, permitió a los católicos acudir a rezar a la gruta, respetando la libertad de creer o no en que se trataba de verdaderas apariciones de María Santísima. El misterio de Lourdes sigue siendo un misterio.

En otros tiempos, cuando evangelizaba Europa y cristianizaba lugares de culto pagano y creencias supersticiosas, la Iglesia era más permisiva. Prodigios y sucesos extraordinarios los hubo siempre, aun antes del cristianismo, y los obispos tampoco tenían la explicación, de manera que los resolvían razonablemente para la época: si los milagros los obraban cristianos en lugares cristianizados, venían de Dios; si se daban entre los paganos, era obra diabólica o de magos aliados con las fuerzas infernales. En todas las culturas y religiones se aparecen seres más o menos divinos, muchas veces con mensajes y advertencias para consuelo de los mortales. Las epifanías en el paganismo clásico no eran raras, y emperador romano hubo que vio al dios Pan en Sicilia huyendo hacia un paraje boscoso para ocultarse de los ojos de un mortal.

El misterio de Lourdes no es un dogma. Los dogmas son pocos, implicados y oscuros para la mente humana, no para la fe, como corresponde a la desconocida naturaleza de lo sagrado. Un buen católico puede, sin autoexcomulgarse, poner en cuestión las apariciones Lourdes y confiar en que algún día la ciencia dé explicación convincente del misterio. Si la da. De momento, no la hay. Es más, si algún día la hubiera, para entonces ya habrían aparecido otros misterios y el hombre seguiría sin respuestas. Hay cosas en las que debemos creer, no exactamente en Lourdes, Fátima, pecados originales o concepciones inmaculadas, sino en la espiritualidad del ser humano y su sentido de lo sagrado. Van a estar siempre con nosotros y dará igual que los misterios sean verdaderos o falsos, porque no son ni lo uno ni lo otro: son misterios, indicios de la Verdad buscada por el hombre sin saber si algún día la alcanzará.

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