Berlinguer

Sin el llamado eurocomunismo, no se entiende la contribución del PCE a la Transición española

Entre otras contribuciones útiles, la reciente serie de Marco Bellocchio sobre el cruel asesinato de Aldo Moro ha tenido el efecto de recordar la figura de Enrico Berlinguer, el líder del PCI que rompió con la política seguidista de la tiranía soviética para defender la aspiración de los comunistas italianos a conciliar su ideología con los procedimientos de las democracias occidentales, en tiempos en los que eran muchos todavía -algunos quedan de la vieja guardia, reforzados por la savia nueva del populismo- los que las calificaban despectivamente de burguesas. De la ficción documental de Bellocchio podrían resaltarse muchos otros aspectos, por ejemplo el de mostrar con nitidez la innoble actividad de los terroristas que en muchos lugares del continente se veía aún favorecida por un halo romántico, para nada aplicable a hombres y mujeres fanatizados que en la práctica se conducían como despiadados asesinos, pero es el personaje del gran dirigente sardo, aunque secundario en la tragedia de Moro, el que nos lleva a añorar una forma de liderazgo que se sitúa a años luz de la mayoría de los políticos actuales. Al margen de su pretensión equidistante, la terza via de Berlinguer fue fundamental para que las franquicias del PCUS en el continente dejaran atrás las férreas consignas de la dictadura soviética, ya muy desprestigiadas tras la invasión de Hungría e insostenibles después de la entrada de los tanques rusos en Checoslovaquia. Era ese "socialismo de rostro humano", incompatible con los crímenes de las Brigadas Rojas y demás grupúsculos de la ultraizquierda, defensor de la soberanía nacional, el sufragio no amañado y la libertad de expresión y de prensa, el que patrocinaba Berlinguer, que tuvo el valor de decirlo bien alto en Italia y en Moscú, donde un año después de la Primavera de Praga se formalizó su disidencia. Era un hombre de principios y no cedió a las presiones. En lugar de cambiar de criterio en función de los intereses del momento, se mantuvo firme en su ideario y argumentó en favor de una política que encontraba muchas resistencias, en el partido y fuera del partido. Sin el llamado eurocomunismo, ya palabra de otro tiempo, no se entiende la importantísima contribución del PCE a la Transición española, ahora cuestionada por quienes vuelven a hablar de democracias supuestamente populares. El nombre de Berlinguer se agrega por todo ello a la estirpe de los izquierdistas que se enfrentaron a las pulsiones totalitarias y el maximalismo infecundo. No fue su caso, pero muchos otros, políticos e intelectuales, acabaron excluidos, acusados de traidores o vendidos. Se negaron a transigir y siguen siendo un ejemplo.

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