Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Gestoría Prieto, más de medio siglo en el barrio de San Pedro (y II)
A paso gentil
Por un lado, el presidente en funciones, dispuesto a pactar con el sedicioso Puigdemont con tal de renovar sus prebendas durante un cuatrienio, a cualquier precio. Por otro, el ganador de las elecciones, proclive a un entendimiento con la siempre desleal derecha nacionalista vasca, para conseguir desbancar al primero. Y por el que cierra este imaginario triángulo, una sociedad que, ignorante de cuáles son los problemas más acuciantes que afectan a su futuro colectivo, se debate apasionadamente en torno al absurdo ósculo propinado por el tosco, maleducado y turbio máximo responsable de la Real Federación Española de Fútbol a una jugadora del combinado nacional femenino.
Un hecho, este último, que jamás hubiera alcanzado tanta trascendencia, de no haber salido como lobos en busca de carnaza, algunos de los políticos más lamentables del ya de por sí desolador panorama actual.
Quienes con su torpeza mayúscula han puesto en la calle a peligrosos violadores que amenazan la seguridad e integridad de las mujeres, oponiéndose además a cualquier fórmula para que estos puedan estar apartados a perpetuidad del objeto de su oscura pulsión, han aprovechado para alardear de su aportación al corpus legislativo. Una discutible herencia en la que se difuminan las fronteras entre la violación y el abuso y en la que el leve roce de unos labios sobre otros se traslada al ámbito de tocamientos mucho más íntimos e invasivos.
Y, por supuesto, la cantinela del consentimiento como centro, que enfrenta a los jueces a determinar sobre cuestiones enormemente subjetivas, ya que existen multitud de dudas sobre cuándo y cómo dicho consentimiento se otorga o debe solicitarse. En el caso de un beso, la inmensa mayoría de mujeres que hoy mantienen una relación amorosa con un hombre, recordarán, si no se autoengañan, que esta se inició mediante una maniobra en la que él no pidió permiso ni ella lo concedió de forma expresa.
Aunque mi repugnancia por los entonces cotidianos asesinatos terroristas, me llevó a desear el más contundente de los castigos, en mi época universitaria llegué al convencimiento de que la pena de muerte era totalmente rechazable ante la eventualidad de que alguien sin culpa fuera conducido al patíbulo. Vaya mi aplauso por analogía a todas las herramientas que pongan coto a los abusadores, pero mucho ojo con aquellas que supongan contribuir a la destrucción de personas inocentes, porque la decisión errónea de un tribunal equipare un beso sin malicia con una agresión sexual.
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