La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Brindemos por Robert Conway

Mi padre me contaba con cuanta avidez esperanzada se leyó en su tiempo ‘Horizontes perdidos’

Trotalibros, que había recuperado su Adiós, señor Chips, ha reeditado Horizontes perdidos de James Hilton. Una obra maestra de la literatura popular que inspiró una obra maestra del cine.

Miguel de Zárraga, periodista español afincado en Hollywood, escribió en su sección Hollywood por radio de la revista Films Selectos: “Hello everybody! Hollywood speaking! Columbia está filmando Horizontes perdidos en los alrededores de Hollywood, en el rancho de la propia Columbia, donde se erigió con arte maravilloso el paradisíaco Shangri-La soñado por James Hilton. Será, sin duda alguna, la obra cumbre de esta temporada. La dirige Frank Capra (el afortunado realizador de Sucedió una noche y El secreto de vivir) y esta circunstancia es ya más que suficiente para haber despertado un interés insólito”. La revista se publicó el 27 de junio de 1936. Pueden suponer por qué Horizontes perdidos, estrenada el 2 de marzo de 1937, no pudo verse en España hasta el 4 de diciembre de 1939. De la novela de James Hilton en la que se basa, publicada en Inglaterra y Estados Unidos en 1933, no he encontrado noticia de la edición española hasta la de 1944 por Editorial Molino con traducción de H. C. Granch (un andaluz olvidado: el almeriense Enrique Cuenca Grancha, traductor entre otros muchos autores de Agatha Christie y autor de un centenar de novelas populares policíacas y del Oeste) e ilustraciones de Joan Pau Bocquet, el gran ilustrador de la Biblioteca Oro de Editorial Molino.

Mi padre me contaba con cuanta avidez esperanzada fue leída en su tiempo la novela y vista la película. La novela se publicó el año en que Hitler subió al poder; la película se estrenó iniciadas la guerra civil española y la sino-japonesa; el apogeo popular de la novela llegó con su edición en bolsillo en 1939, el año en el que los peores augurios se cumplieron, y en España la película se estrenó ese mismo año negrísimo.

Shangri-La, el remoto lugar paradisíaco en el que se había reunido cuanto de mejor había creado la humanidad “para preservarlo de la ruina hacia la que el mundo se encamina”, se convirtió en un símbolo tan poderoso del anhelo de paz que Roosevelt llamó así la residencia presidencial de verano hoy conocida como Camp David. Brindemos, como se hace al final de la película, “por Robert Conway para que encuentre su Shangri-La, y por todos nosotros, para que encontremos nuestra Shangri-La”.

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