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Cuarto de Muestras

Carcoma

Hay algo de sobreactuación en los insecticidas

El otro día intentaba matar la carcoma en el marco de un cuadro antiguo con un producto insecticida. Pulvericé la parte posterior de dos viejas maderas que exhibían los boquetitos, lunares perfectos horadados por los insectos para crear sus laberínticas galerías internas. Si no fuera por el daño que sé que hacen me hubiese quedado toda la tarde mirándolos, imaginando ese mundo interior vivo que tan bien ha retratado la pintora Magdalena Murciano en una serie de su interesantísima obra. Llegué a pensar en los bichillos como si fuesen ideas intensas, remordimientos, obsesiones que, al modo de esa diminuta fauna, corroen el pensamiento, pero también lo forman a su modo en la búsqueda de una salida.

Resultaba curioso que sólo hubieran sido atacados por ese mundo kafkiano metamorfoseado por insectos dos de los listones del marco permaneciendo el resto intacto a esa meticulosa corrupción animal. Y es que, dicen los entendidos que hay maderas prestigiosas que no se pican jamás y, otras, que se pican en el propio árbol. Siendo algunas maderas tan sensibles a la carcoma como la política, resulta siempre difícil ver hasta dónde ha llegado la plaga, si hay que sacrificar todo el mueble o si basta con fumigar con insecticida la zona afectada. Si el bicho sigue vivo y continúa con el festín por el húmedo entramado de las ocultas galerías o hace ya tiempo que se extinguió y sólo queda esa especie de apulgarado que desprestigia la calidad de esa madera para siempre.

Hay también algo de sobreactuación en los insecticidas. La intensidad de su olor que es casi tóxico, la presunta garantía del resultado que nadie puede verificar, el aparente prestigio de la limpieza que por más que se diga que es profunda sólo se avala sacrificando la pieza. Las soluciones caseras que se basan en remedios tan naturales como la causa de su aparición por lo que nunca son definitivas.

Tengo en casa muebles picados y plantas que cíclicamente son atacadas por plagas. Lo suyo sería sacrificar a unos y otros por el bien de los demás y de mí misma, pero no. Sigo pensando que soy capaz de controlar a los bichos y ser fiel a un tiempo a los enfermos que los padecen.

En política eso no es posible porque la corrupción lejos de prevenirla se encubre. Una vez descubierta en lugar de tratar al bicho se tira la pieza y se compra un mueble nuevo de la misma madera: sensible a la corrupción, fiel al silencio.

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