Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez, 1964: la Academia, Pilar Paz Pasamar, Manuel Lora Tamayo y Antonio Añoveros
CATETOS podemos ser todos; podemos no haberlo sido nunca y podemos, también, dejar de serlo, si alguna vez lo hemos sido.
Es curiosa la relatividad del concepto de "cateto". Par los habitantes de la capital del país, son paletos los de "provincias", incluyendo en el lote tanto a los de la capital de la provincia, la que sea, cómo a los de los pueblos, grandes o pequeños. Para los de las capitales provinciales, son paletos "los de pueblo", sin más. Para los de los pueblos, son paletos "los del campo" y así podríamos continuar durante bastante tiempo, claro que no estaríamos diciendo más que tonterías.
La medida de "lo cateto", no está por supuesto en el lugar en el que uno viva, ni, evidentemente, tampoco por el sitio en el que hayamos nacido. El cateto lo puede ser, básicamente por dos motivos: uno es la ignorancia, el otro la estrechez de miras.
La ignorancia, mala cosa es, pero el que nace sumergido en ella siempre tiene la opción de aprender, de cultivarse, de abandonar tan indeseable condición. El segundo de los supuestos es harina de otro costal. Aquel que nace pensando que lo que él conoce es lo único válido, que lo suyo es siempre lo mejor, o que sus ideas son inamovibles, por estar en posesión de la verdad absoluta, es el paleto por antonomasia y además un peligro público para la sanidad mental de la sociedad en la que se asienta.
Ya se habrán percatado ustedes, por lógica deducción, que vivimos rodeados de peligro, ¿verdad? Y también habrán, hábilmente deducido, que el ser un perfecto cateto es algo mucho más común y abundante de lo que en un principio podríamos haber pensado.
Esta tierra de María santísima -me tengo que referir a ella porque es la mía-, está llena de paletos. Los hay de toda condición, representando todas y cada una de las distintas modalidades que pululan por el ancho mundo.
La ignorancia, heredada o trabajada, y la incultura, congénita o adquirida, hacen estragos entre nosotros. La cerrazón, el fanatismo pueblerino y las anteojeras con las que algunos, muchos, limitan su campo de acción intelectiva, siembran el panorama local de una cortedad patética.
Cuando uno tiene valía y ha cosechado méritos para sentirse sanamente orgulloso de sí mismo, es lícito hacer valer la propia condición, aunque deba ser, siempre, la humildad quien acote los excesos. Pero cuando uno no ha hecho nada que no sea medrar, criticar al vecino, envidiar el éxito ajeno, condenar las ideas de quien no piensa como él, "chupar rueda", sin empujar, de quien tira del carro o pensarse, por género, condición de nacimiento o estatus social, diferente y mejor que los demás; entonces podemos estar absolutamente seguros de que nos hallamos ante un auténtico ejemplar de cateto, ante un paleto "pura sangre", sin lugar a dudas.
Los podemos encontrar, a los paletos, en todos los ámbitos: sociales, culturales, profesionales… en todas las actividades, desde el deporte hasta la política, pasando por "peñas", cofradías, asociaciones, plataformas… y en todos los estratos sociales, desde los señoriales cortijos hasta las "casitas bajas del políngano". Son una verdadera epidemia, claro que, por la fuerza a la que la razón obliga, me veo en la necesidad de hacer distingos entre "unos" y otros. Entre los que lo son, casi por "prescripción facultativa", y quiero decir con ello que hay quien "lo cateto" le cae encima sin pedirlo ni desearlo ni merecerlo, y hay quien, a pesar de contar con todas las herramientas para, habiéndolo sido, dejar de serlo, no lo logra, sencillamente porque no lo intenta o lo que es mucho peor -y señal de que lleva al paleto que es arraigado en los genes-, porque está convencido de no serlo y seguro de que los catetos son los demás. Con los primeros, compasión, ¡qué remedio!, con los otros, desprecio, ¡no queda otra! Para los primeros hay fácil, vacuna: la cultura. Hoy es mucho más fácil que hace veinte o treinta años acceder a las fuentes que curan la ignorancia, sólo hay que querer hacerlo. Para los otros, el remedio es algo más complicado: hace falta un poco, aunque sólo sea un poco, de humildad, virtud de por sí difícil de encontrar en los humanos, si de engolados y presuntuosos catetos hablamos, ¡ni les cuento! Lo que si les cuento es que éstos últimos, fieles adalides de lo inabarcable de la estupidez del hombre, cuentan con una "sub especie" en la que la simpleza brilla con fulgor mucho más "deslumbrante" y cretino si cabe: los aprendices. Y es que, por increíble que pueda parecer, hay quien se esmera, con ahínco y persistencia, en imitar a esos catetos de pura cepa a los que consideran, por supuesto sin manifestarlo, como modelos a imitar y alcanzar así el "prestigio" con el que sueñan para poder "destacar" entre las mismas masas de borregos a los que ven aplaudir a sus "maestros".
Ya ven, mal que nos pese, por doquier vamos topándonos con "catetos", diría que casi respetables, y con catetos, de seguro despreciables, y también con los referidos "aprendices", ni se me ocurre calificativo que colocarles. ¡Por variedad que no quede!
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