La nicolumna

nicolás / montoya

Cicatrices por vendetas

CUANDO las cicatrices se hacen crónicas y las capas de la piel se endurecen es cuando más riesgo corremos de perder los estribos. Si en esos momentos de estar al borde del precipicio no encontramos las respuestas adecuadas a las preguntas cruciales que la mayoría nos hacemos, es cuando más echamos de menos la seguridad de tener el razonamiento lógico que se nos presupone por orden de la naturaleza. O quizás sea mejor decir que es el momento sublime de cuando más nos tiemblan las piernas. Bipedestaciones que hemos conseguido en la escala filogenética, y postura erguida que hemos asumido pero con poca base de sustentación y tan poco punto de gravedad que se nos resbalan los cuerpos de las manos. Parece que las guerras no tienen fin. No sabemos cómo empiezan ni de qué manera terminan, pero asistimos estupefactos a muertes sin sentido. En la historia, ya son demasiadas. En los libros de texto, siempre contadas como capítulos. En las series televisivas, tal cual novelas de terror. Pero en nuestra realidad diaria, uno de nuestros mayores errores. Nunca imaginamos la crueldad de la verdad de este tipo de contiendas. En estos días serán una decena, o quizás varias de ellas, salpicadas por diferentes latitudes y todas ellas marcadas por la desgracia.

El mundo de los medios de comunicación hace de portavoz aséptico ante nuestras miradas con una capacidad innata para tranquilizarnos tras la pantalla. Las guerras televisadas nos dejan respirar más tranquilos, como fariseos esclavos de la conciencia de cada cual, pues en el fondo nos alegramos que el zumbido de una bala o el estruendo de un misil no nos despierten sobresaltados.

Nos vale con quejarnos de la guerra de cifras de las expectativas de votos, de los enfrentamientos entre siglas diferentes, de la competencias por las audiencias entre programas de cadenas de la competencia o de las disquisiciones entre eres y subvenciones de sindicatos. El caso es enfrentarse por algo. Pero habría que ponderar el precio que hay que pagar.

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