El balcón
Ignacio Martínez
Sin cordones sanitarios
Cuarto de muestras
Dicen que nos estamos cargando las ciudades. Que todas tienen las mismas tiendas, que su corazón está siendo invadido por rentables apartamentos turísticos. Que se están volviendo inhabitables y que todas se asemejan. Yo sigo viéndolas muy distintas. Podría decirse aquello del comienzo de Ana Karenina y las familias infelices, que cada una se deteriora a su manera.
Quizás hoy más que nunca sea necesario leer el libro de Ítalo Calvino “Las ciudades invisibles” en el que de la mano de Marco Polo se van describiendo a través de sus diálogos distintas categorías de ciudades: las continuas, las escondidas, las sutiles, las que despiertan el deseo y la pasión, las que rememoran la muerte, las abstractas y otras tantas que, no sé por qué, pienso que tenemos dentro y nos habitan. Que somos un caracol que donde quiera que va lleva su frágil concha irisada. Juan Bonilla, en su interesantísimo “Apuntes sobre la ciudad” (Revista Calle del Aire número 1), comienza por recordarnos que Le Corbusier escribe que la ciudad debe parecerse al cuerpo humano. Nos relata como acabó aquel diseño perfecto de una ciudad india sobre plano que no contaba con la fuerza de la vida cotidiana y su capacidad para pervertir cualquier escenario.
Las ciudades, menos París, soportan mal la escuadra y el cartabón. Están hechas de sonidos, de sombras y estrecheces unas, de grandes avenidas y bulevares otras, de jardines apacibles que hacen la vida civilizada y parques donde siempre se ve algún niño jugar y viejos abstraídos y gente vagando. Las ciudades están hechas también de museos y bibliotecas que atesoran el alma y la memoria, de iglesias abiertas al espíritu y al silencio, de mercados bulliciosos que pregonan el género cíclico de las estaciones, de edificios abandonados porque no todo sobrevive al pasado, de salas de cine donde la oscuridad nos permite abandonarnos a una historia, de bares de feligresía propia, de árboles en los que los pájaros anidan y cantan a la mañana, de hospitales donde se refugia la esperanza triste de días sin horas, del cementerio donde descansan los muertos. Las ciudades están hechas también de leyenda y literatura. Sobre todo, las ciudades están hechas de vida cotidiana. Hagamos de ellas nuestro mejor afán. La que habitamos lo dice todo de nosotros. Dejemos que también nos digan su verdad las que visitamos. Que se llene de matices nuestra irisada concha.
También te puede interesar
El balcón
Ignacio Martínez
Sin cordones sanitarios
Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Que hablen los otros, qué error
Notas al margen
David Fernández
Los portavoces espantapájaros del Congreso
Descanso dominical
Javier Benítez
La botella de JB
Lo último